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¿Sólo catedráticos para el Conservatorio de Música?

16 de Noviembre del 2014 - Félix Martín Martínez (Oviedo)

La consejera de educación, Ana González, acaba de anunciar la creación de 43 cátedras para el Conservatorio Superior de Música de Oviedo, ¡quince de ellas, 15, para la especialidad de piano! El estado inicial de la cuestión es que dicho centro de enseñanza tiene hoy 405 alumnos y 78 profesores. Dicho con todos los respetos: ¿hasta los conserjes del Conservatorio acabarán de catedráticos?

Lejísimos de mi intención animadversión alguna hacia este centro de música en el que una parte de su profesorado, también de su alumnado, me honra con su amistad. Mi vinculación vocacional con la música, desde hace casi medio siglo, también académica, publicaciones incluidas, haría impensable que el éxito del Conservatorio Superior de Música de Oviedo no fuese, también, un disfrute para mi querencia musical.

El asunto, sin embargo, no es más que un esperpéntico agravio comparativo al respecto del profesorado de Enseñanza Secundaria al que pertenezco; un lustro tras otro, agraviado por el acoso del Gobierno del Principado de Asturias, con la torpeza de la consejera Ana González a la cabeza.

Hace casi veinte años que no se convocan cátedras de instituto; hace un lustro que nuestro sueldo está en el congelador; la paga extraordinaria de diciembre pasado nos la han secuestrado y, por si fuera poco, la carrera profesional (otro flagrante agravio respecto de otros colectivos de la Administración que ya la disfrutan en Asturias) está por emprender. Más pronto que tarde, habrá que presentarse de esta manera: Soy profesor de instituto, con perdón.

Y todo ello, por supuesto, con el agradable recordatorio del llamado “caso Marea” o “caso Riopedre” y su equipo de estafadoras (Marta Renedo, María Jesús Otero y una larguísima lista conocida públicamente, de más de ochenta receptores de jamones ibéricos y cajas de vinos gran reserva entre otros), y cuyo latrocinio en la Consejería de Educación, cinco años después de su descubrimiento, va camino de eternizarse para regocijo del Gobierno del Principado de Asturias que preside Javier Fernández, y para olvido de la ciudadanía, que es lo que se pretende.

Sin embargo, quienes, lejos de la perdonanza, siguen haciendo que hacen y simulando una falsa gestión a favor de la educación son, precisamente, los distintos consejeros del gremio. Del estafador José Luis Iglesias Riopedre, mejor no hablar. De la torpeza de la actual consejera, Ana González, habrá que recordar que ha fracasado en lo más importante de su gestión. Ha fracasado posicionándose en contra de la ley de Autoridad del Profesorado (urgentemente reclamada por nuestro colectivo) y que, finalmente, salió adelante en el Parlamento asturiano gracias a la mayoría de la oposición. La consejera de Educación ha fracasado en su intento de privar al colectivo de interinos del cobro de los salarios del verano pasado; ha fracasado en la torpe gestión de las eternas rehabilitaciones de los colegios públicos Dolores Medio (calle de la Lila, de Oviedo), y Las Campas, cuyas respectivas asociaciones de padres y madres, alumnado y profesorado correspondiente, están más que hartos de sus promesas incumplidas. A todo este añadido de méritos, hay que sumar la ampliación de la carga horaria del profesorado, así como no digamos la suma de tareas burocrático-administrativas y papelísticas que cada día nos ocupan más tiempo que el propiamente dedicado a la labor académica. La consejera de Educación, Ana González, debería dedicarse a algo que supiera hacer bien.

Y a todo esto, ¿qué hace la sindicalería asturiana de la enseñanza? Pues lo mismo, es decir, simula que hace. Mejor dicho, estos días previos a las elecciones sindicales del próximo mes de diciembre, sale de su madriguera y visita los centros de enseñanza aparentando un estrés patológico que su liberación sindical, es decir, su deserción de la tiza (para entendernos) en modo alguno le genera. Dichas visitas sindicaleras, claro, se aprovechan, básicamente, para vender lotería de Navidad, eso sí, todavía no se atreven a ir provistos de panderetas y cantarnos villancicos.

Es verdad que, como viento favorable a todos estos dislates, está la pasividad, cuando no la indolencia, de una buena parte del colectivo de enseñantes. La mejor terapia contra todo este síndrome de despropósitos llegará el día en que, en las salas de profesores de los centros de enseñanza y sus respectivas cafeterías, se hable y reflexione acerca de algo más que del IRPF, los trienios y los sexenios. Salud para todos y que no nos falten los villancicos. Pronto será Navidad.

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