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Relatos salvajes: una joya del cine

11 de Noviembre del 2014 - José María Izquierdo Ruiz

Desde mediados de octubre se proyectan en Asturias los cortometrajes “Relatos salvajes”, de la Warner Bross, mediada por dos filmográficas, una de ellas “El Deseo”, pero netamente argentinos. Consta de 6 relatos a cual más interesante. Tienen en común el versar sobre violencia y venganza, pero tratadas de forma tan inteligente y graciosa, que no inducen al espectador a tales pasiones sino al disfrute de un arte que pudiera llamarse total, en que domina el ingenio y el buen hacer. No podría decirse quién es el artífice principal de la perfección de estos cortos; si el guionista, el director, la fotografía, o los actores, todos excelentes, y entre los actores y actrices sería difícil establecer una jerarquía, por más que los primeros papeles tengan más oportunidad de lucimiento. El más conocido de estos actores argentinos es Ricardo Darín, pero los otros no le van a la zaga.

“Pasternack” es un tipo con mala cabeza. Curiosamente, todos los pasajeros de un vuelo resultan conocerle; dos le habían suspendido en sus estudios, una joven que había sido su novia lo había dejado, etcétera, y se sabe que sus padres lo habían maleducado. Todos llevan billetes que no han tramitado, y temen que tal coincidencia obedezca a un complot. Pasternack es el comisario del vuelo y se ha encerrado en la cabina del piloto. Tensión, y bandazos de la nave.

Las ratas es la historia de otra veganza, pues el rudo comensal que acude a un bar ha perjudicado gravemente a la familia de la joven camarera. Pero resulta gracioso que la cocinera se pregunte si su matarratas vencido será más eficaz que el no caducado.

El más fuerte es un relato de violencia física de dos automovilistas en la ruta entre Salta y Cafayate, en pleno desierto de las estribaciones de los Andes, con paisajes montañosos que recuerdan los de Asturias; se ensañan mutuamente, porque al adelantar, uno llamó al otro pelotudo. Al fin del drama apocalíptico llega la Policía, y el comisario bromea diciendo “debe ser un crimen pasional”, lo que solo se entenderá si se ve el corto. Esta violencia extrema resulta tan simpática que no induce al llanto sino a la sonrisa.

Bombita es un artificiero que se ve sometido a la burocracia de las grúas que arrastran su coche y hay que pagar el acarreo y las multas. Ricardo Darín se resiste a tanto abuso, porque donde dejó su coche no estaba pintada la raya azul, y sus alegatos con los empleados en las ventanillas de reclamaciones, resultan sumamente jugosos. Al fin, agotadas las vías y la paciencia, usa su genio de artificiero para hacer un derribo sin herir a nadie. Ya en la cárcel, los otros reclusos, y su propia familia, lo aclaman como un héroe, y su esposa, que estuvo enfadada por tantos problemas, le dirige una tierna mirada llena de promesas.

La propuesta relata con gracia la corrupción de un letrado, de un policía y de un fiscal, de acuerdo con el corruptor padre del joven que atropelló y mató a una mujer embarazada, en la avenida del Libertador, y huyó sin atenderla. La solución es acordar con un criado del padre que cargue con la culpa a cambio de dieron. Los citados corruptos son tan codiciosos que hasta quieren un plus para contingencias. El criado va a la cárcel y también ha de sufrir los golpes e insultos de los vecinos cuando se lo lleva la Policía.

“Hasta que la muerte nos separe” (Hasta que “tu” muerte nos separe), posiblemente el mejor de los relatos, sobre una elegante boda en el Hotel Intercontinental de Buenos Aires, es una joya de imaginación, de sorpresas, y de interpretaciones magníficas, especialmente de la recién casada Romina. Relato del que no diré mucho más para que nadie se lo pierda en directo. Luces del gran BsAs desde la azotea para suicidas, donde un cocinero, con gorro de copa, consuela eficazmente a la desesperada novia.

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