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La crisis de la familia

16 de Noviembre del 2014 - Inés Valiente Prado (Nava)

Crisis económica es una de las expresiones que más se han escuchado en los últimos años y sigue estando presente en las conversaciones de hoy en día. Es cierta la existencia y la importancia de dicha crisis, pero también es de notable importancia la crisis que está sufriendo la familia.

Cada vez son más las familias que se rompen. Según el Instituto Nacional de Estadística, en España, durante el año 2013, hubo 95.427 sentencias de divorcio, 4.900 de separación y 110 de nulidad. Estas cifras son realmente escalofriantes.

Las causas de los divorcios son de lo más variado, algunas de ellas incluso insignificantes. Unas veces es la pésima relación suegra-nuera, otras veces los celos y otras veces ninguna. Desde el año 2005, con la nueva ley sobre el divorcio, éste es una decisión libre que no tiene por qué conllevar una causa concreta.

Lo que sí está claro es que muchas parejas deciden romper su matrimonio en cuanto tienen un problema, sin tener en cuenta las consecuencias que su decisión puede conllevar. Según mi opinión, éste es un planteamiento bastante egoísta de los divorciados hacia ellos mismos y hacia sus hijos. Muchas personas ven en la separación el final de los problemas y de los sufrimientos; pero ¿esto es realmente así? ¿Cómo reaccionan los niños a la separación de los padres? ¿Los niños echan de menos a su padre o a su madre cuando no lo pueden ver todos los días? ¿Qué piensan los hijos cuando su padre les presenta a su nueva pareja y su madre a su nuevo novio? Parecen preguntas fáciles de responder, pero no es así. Sólo los niños que lo experimentan saben lo difícil que es la situación, sólo esos niños saben lo que se sufre. Esto está claro: los hijos son los que más sufren cuando un matrimonio se separa.

A través de niños a los que he dado clases particulares y catequesis, he podido observar algunas de las consecuencias que el divorcio de sus padres ha tenido sobre ellos. Recuerdo el caso de una niña con problemas para aprobar las asignaturas del colegio. Esto no era consecuencia de una necesidad educativa especial no cubierta, sino del descontrol que había en su vida. Sus padres tenían la custodia compartida, un día estaba con el padre, otro con la madre, al siguiente con el padre... y así sucesivamente, mes tras mes, año tras año. Un día estaba en una casa y al día siguiente en otra. Un día hacía los deberes en un sitio y otro día en otro. Un día era su padre el que la ayudaba a realizarlos y otros días era la madre. Hasta aquí se puede observar cierto descontrol, pero no un gran problema para su rendimiento escolar. Éste aparecía cuando los padres, al no ponerse de acuerdo, tenían diferentes expectativas que transmitían a su hija. Mientras que uno de los progenitores sólo se conformaba con notables y sobresalientes, el otro creía que un suficiente era una buena nota. Todo ello conllevaba que la niña estuviera un poco perdida en su vida académica.

Con otro niño –también de padres separados– me pasó un hecho que me hizo reflexionar y que espero que a vosotros también os haga pensar. Éste era un niño de apenas 7 años, sus padres se habían separado cuando él aún era muy pequeño y cada uno había rehecho su vida por separado. La madre había tenido una hija con su nueva pareja. Cuando el niño conoció a mi hermana, me hizo la siguiente pregunta: ¿quién es su padre? Mi respuesta fue mi padre y su contestación fue no. El niño no entendía que dos hermanas tuvieran el mismo padre. Para él lo normal era, y lo sigue siendo, que los matrimonios se rompan, se divorcien, que cada uno rehaga su vida, tenga hijos con su nueva pareja y dejen de lado, en cierta manera, a los hijos de su primer matrimonio.

En estos dos casos planteados se pueden observar de forma práctica algunas de las consecuencias que el divorcio puede tener en la vida de los hijos. Aun así, ¿todavía podemos seguir diciendo que el divorcio no conlleva sufrimiento?L

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