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Trabajar más y hacerlo mejor

18 de Noviembre del 2014 - Justo Roldán (Oviedo)

Mientras vivamos en una sociedad de mercado, y no parece que exista otra alternativa mejor, éste será el que marque el progreso y la riqueza de las regiones, y de su población.

Para ello, para poder competir dentro de una pluralidad de ofertas, no hay más remedio que producir más (trabajo) y mejor (resultado). Aumentar la calidad de lo producido e innovar en el producto ofertado.

Aunque exista un criterio generalizado de que el producto, cuanto más barato se ofrezca, más se adquiere en los mercados, la realidad es que la calidad y precio van de la mano. Es decir: menor precio, peor calidad; mayor precio, mejor calidad. Ahora bien, si esta afirmación no se produce, significará que quien oferta a un precio más caro no está trabajando mejor. Y quien lo hace a un precio inferior, aun trabajando bien, los componentes tienen que ser de mucha peor calidad.

La expresión, de que lo barato sale caro no es una frase inventada ni un eslogan. Es una realidad que el consumidor comprueba demasiadas veces.

¿Qué es la ética en el trabajo?: Simplemente, el hacerlo bien. El huir de las chapuzas y de las improvisaciones, a las que muchos están mal acostumbrados por una deformación profesional que es más por considerar que el esfuerzo que se requiere no merece la pena que por su capacitación para el mismo. Del trabajo bien hecho, y bien rematado, se puede esperar que encuentre mercado. De la chapuza, o la baratija, sólo se consigue que se adquiera una sola vez; la segunda será pasto de la competencia.

La empresa, y más la privada, necesita del mismo modo una ética empresarial, una planificación de la producción y un control de lo producido. Así como requiere inexorablemente una innovación constante; necesita también de una búsqueda constante de mercados y de capital, así como una eficaz promoción de lo producido para obtener un rédito justo y equitativo que favorezca a los dos actores de la misma. A saber: el empleador y el empleado.

Hoy se produce mucho, yo diría que hasta demasiado, pero se produce mal, chapuceramente mal. Sin orden, y con un cierto atolondramiento, que hace que se llenen los mercados de un mismo producto, a diferentes precios, y sin una calidad contrastada.

Quien consume, y no lo haga compulsivamente y sí con sentido de la utilidad, nunca lo hará con productos de poca eficacia o de poca duración. Y esto es extensible para cualesquiera de los sectores económicos. De ahí que al libre mercado no se le pongan trabas, ni por los gobiernos, ni por leyes restrictivas, que hagan imposible la creación de pequeñas y medianas empresas, hoy sostenedoras de más del 90% del empleo. Por ello, hay que alimentar, e incentivar, a quienes tienen ideas y las quieren poner en práctica. E incentivar a aquellos que, estando en el mercado, quieren innovar para aumentar la cuota que actualmente tienen. De ahí que haya que conceder un reconocimiento al trabajo bien hecho, y no así a quien se instala en la chapuza en busca de la ganancia fácil, aun a costa del prestigio del país o la región a la que pertenecen. Sólo así se podrá progresar en una sociedad competitiva: llevado por bandera, trabajar más y hacerlo mejor.

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