A la sombra de las banderas
Me van a disculpar porque voy a hablar sobre un sentir que desconozco. Sin embargo, la proyección de sus significados me da que pensar y es lo que me gustaría compartir.
Resulta que en estos días de exaltación patriótica y nacionalista veo imágenes que me pasman. Hombres hechos y derechos, respetables mujeres, jóvenes con aspecto vanguardista, emocionados, llorando, plenos de un sentirse pertenecientes a un territorio. La verdad, no comprendo esas cosas, quizá no me otorgó la naturaleza el cromosoma necesario para activar tales emociones y lo que tengo no es una ausencia de patriotismo, sino una minusvalía. A mí, que me da por racionalizarlo todo, ya ven qué cosas, me da por pensar que cuando habla la identidad, o grita, enmudece el entendimiento. Los sentimientos provocan pasiones y no pueden ser tenidos en cuenta como formas de establecer la sociedad.
Para mí no es una cuestión de derechos, que por descontado respeto y deseo, sino de sentimientos, que no alcanzo a comprender y, por lo tanto, no comparto. También, lo reconozco, eso de las patrias y los terruños lo percibo como algo menor, anticuado, primitivo y pintoresco.
El ser humano tiene dos cualidades únicas; el lenguaje y la capacidad para establecer simbolismos. Es en el manejo de estos símbolos como se ha movido mucho la Humanidad por los siglos de los siglos. Cuando veo agitar banderitas de colores –de cualquier color– y a muchos bailando a su brisa no veo más que una nueva representación del flautista de Hamelin con su correspondiente masa de ratones camino del arroyo.
Para terminar, comparo dos eventos que se conmemoraron el mismo día; por un lado, a quienes celebraban la caída de un muro que separaba a vecinos. Por otro, a vecinos erigiendo un muro (lingüístico, ideológico, normativo...). Tengo la sensación, y puede que me equivoque, de que unos van para delante y otros para atrás. Decidan ustedes quién es quién.
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