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La vida de un perro

18 de Noviembre del 2014 - Alejandro Vidal Baqueiro (Oviedo)

Con relación al artículo publicado con fecha 1 de noviembre de 2014, bajo la firma de Luis M. Alonso, quisiera hacerme eco del sentir del, afortunadamente, amplio sector de la sociedad española con respecto a los animales que viven en el entorno del hombre. En tal sentido, el autor, haciendo gala de una simpleza exquisita en su exposición, proclama que la doña Teresa Romero debería agradecer el haber salvado su vida, al igual que su marido, en lugar de lamentar la pérdida de su “perrito” y protestar por su muerte injusta, para terminar concluyendo que el “puesto” que ocupa el cánido en la escala de preocupaciones humanas sería secundario, o incluso terciario (¿ y por qué no más abajo?, ¿qué puede importar un simple chucho?).

Señor Alonso, con todos mis respetos hacia su opinión, esta preocupación por la eutanasia, totalmente injustificada y caprichosa, de Excalibur, no es un síntoma (ni mucho menos “inquietante”) de ninguna “angustia moral” de la sociedad, ni mucho menos de la estupidez (expresión que se me antoja degradante); antes al contrario, expone el grado de sensibilidad de una sociedad en evolución hacia una cultura europea de respeto a los animales y el dolor (¡sí, dolor!) que éstos también sienten. Y si no lo entiende así, ¿por qué no consulta en internet las más de 40.000 firmas recogidas en tres días exigiendo la dimisión del responsable del sacrificio del perro?

Una mascota no es sólo un animal de compañía, es bastante más: es un ser vivo dotado de capacidad de sufrir, sentir y dar amor sin pedir nada a cambio (como solemos hacer los humanos), y para muchas, muchas familias, constituye parte de ellas, como un miembro más de las mismas.

Señor Alonso, lo siento, pero “no, no nos parece... bien”, por supuesto.

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