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Mejoras para la Benemérita

17 de Agosto del 2009 - Ricardo Luis Arias (a)

La mañana es hermosa. El sol pende ya ardiente del firmamento azul, tan azul como ese gran espejo que es el Mediterráneo. El día se despereza alegre, como Carlos y Diego, bisoños agentes que inician su jornada diaria de trabajo, con el vehículo que tienen asignado. Que salta por los aires, entre llamas y explosiones, porque fueron elegidos por la ruleta criminal de ese terrorismo que vive y se oculta en las sombras. Diego y Carlos, jóvenes, muy jóvenes, comenzaban su andadura humana en el más prestigioso y leal cuerpo policial de este país, que pasa por sus peores momentos debido a las dos crisis que padece: la económica y la política. Su servicio a ese cuerpo y a la sociedad les costó la vida, a lo mejor de ella. Como a tantos otros que les precedieron de igual manera, de criminal manera, y que sólo son recordados y llorados por sus familiares hoy. Para los demás, la vida sigue. Para los que la dieron por nuestra paz, unidad y convivencia, como Carlos y Diego –últimas víctimas de la locura y del terror–, no. Ya son historia, dolorosa para los suyos.

Sí, Diego y Carlos ya son historia y olvido. La gente de bien lamentó su sacrificio en manifestaciones y actos diversos, los medios cumplieron con su deber informativo, el pueblo, en una palabra, se conmovió por este nuevo acto terrorista, pero todo ha vuelto a la normalidad, que no es otra cosa que la mera y vulgar rutina, factor importante en la deshumanización que padece nuestra decadente sociedad, muy adelantada, sí, muy progre, muy cibernética, pero que ha perdido el norte de los verdaderos valores que dignifican y ennoblecen al hombre.

Carlos y Diego fueron motivo, una vez más, de solemnes funerales, honores, medallas y toda esa palabrería oficial que suena ya a disco rayado. Y todo sigue y seguirá igual: cuarteles tercermundistas, sin protección alguna; carencia de los medios necesarios, modernos, para velar por la seguridad ciudadana; equiparación salarial a la de esos dos cuerpos de Policía autonómica, que maldita la falta que hacían (esto es vergonzoso e indignante, como ya hemos comentado aquí en otra ocasión), y todo cuanto vienen reclamando, con sobrada razón, inútilmente, estos servidores del orden. Y que ahora, hartos de enterrar a sus muertos y de que les vuelen cuarteles, advierten –y es noticia fresca de su portavoz– que saldrán a la calle, y ahora con sus familiares, contando también con el respaldo de la ciudadanía, que no entiende qué es lo que está ocurriendo con la Guardia Civil.

Para ésta no hay perras, pero, en cambio, sí las hay –en cantidades millonarias– para ese mediocre, tostonazo y politizado cine autóctono, que apenas tiene seguidores ya. Vergonzoso es que los guardias civiles tengan que salir otra vez a la calle, ahora con sus familias, para que se les atienda en sus justas peticiones. Que el pueblo llano hace suyas.

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