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¿Obispos a la carrera?

25 de Noviembre del 2014 - Ramón Alonso Nieda (Arriondas)

Hay obispos que hacen todo lo posible por llegar y cuando lo hacen se pavonean, viven únicamente para su vanidad. Me lo encontré en el buzón. Venía de Religión Digital, donde ministra un tal Bastante. Demasiado me parece este Bastante por lo que me va llegando. Pero sorpresa no pequeña fue comprobar que, en el caso, eran palabras textuales del Papa Francisco.

No hace mucho entrevistaban en la TPA a un cura de postín que dejaba ver bajo el traje talar unos zapatos muy episcopales, con hebillas que aparentaban ser de plata, por lo que relucían. Zapatos que serían de encargo o habría traído de Roma, pues no se ven de esos por aquí en los escaparates. Pensará el hombre, con prudente criterio, que para hacer carrera se empieza por el calzado. Pero volvamos al tema, del que (para decirlo como Santa Teresa) ya me estoy divirtiendo demasiado.

¿No resulta, cuando menos, sorprendente oír al Papa quejarse de que entre los obispos los tenga vagos y farolones? ¿Quién escoge y nombra a los obispos? ¿Acaso el Vaticano tiene externalizados sus servicios de selección de personal? Si entre los candidatos al episcopado llegan algunos en cabeza por haber corrido demasiado, siempre tienen el recurso de echarlos para atrás. Cabe la hipótesis de que se trate de una herencia envenenada; de que el Papa Francisco se los haya encontrado con la mitra puesta. En ese caso, la Santa Sede tendría que habilitar un refugium peccatorum de vagos y maleantes (algo parecido al Montepío de la Minería).

Pero ya que salió la Santa Sede, ¿no tendrían que empezar por dejar de llamarla santa? Una sede, al fin y al cabo, es cosa de sentarse y no será faltar al respeto debido (que, en el caso, es obviamente el máximo) recordar que los papas se sientan, como los demás mortales, sobre sus humanas posaderas. ¿No se nos dijo tantas veces que sólo Dios es santo? Qué ocurrencia llamar santa a una silla. Los excesos, incluidos los verbales, perjudican la salud (también la espiritual). Los gerifaltes del Imperio otomano (los mismos que tuvieron la sublime idea de instalar un polvorín en el Partenón) llamaban a lo suyo la Sublime Puerta. Y ya ven en qué acabó tanta sublimidad (hace ahora un siglo). Llámenle al Obispado de Roma la Sede de Pedro y dejen que Dios juzgue cuándo es santa. Modesta propuesta, que ni precisa presupuesto.

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