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El perverso modelo de absolutismo parlamentario

24 de Noviembre del 2014 - Francisco M Domínguez Menéndez (Avilés)

Todo el repertorio político de frases propagandísticas, tiene la gloria efímera e intoxicante del tabaco: se difumina en el espacio, crea adicción, es un placebo para la ansiedad, destruye neuronas y, en general, perjudica gravemente la salud. Al igual que el jabón, se gasta con el uso pero, contrariamente, no higieniza el sistema. Regeneración democrática, transformación y justicia social, brotes verdes, raíces profundas, alianza o diálogo entre civilizaciones, libertades individuales, compromiso social, justicia tributaria, pueblo soberano, España va bien, todos iguales ante la Ley, Hacienda somos todos, por responsabilidad política y, un larguísimo etcétera, son frases cínicas cargadas de idealismo mágico. Combustible de consumo rápido que no aporta calorías sustanciales al entramado social.

El paisanaje político, muy dado a la asunción de responsabilidades en el plano teórico, rara vez concreta esta acción de forma efectiva. Tal parece que en la fuerza de la palabra se agotaran los hechos y no hiciera falta llegar hasta la consumación del acto. Prevalece el proyecto sobre la obra. El ideal figurado encierra tal fuerza y pureza que hace irrelevante e innecesaria la siempre imperfecta praxis. Una vez pronunciada la sentencia, la acción queda sin fuerza y, llegado el momento, un nuevo proceso electoral absuelve los pecados de gestión amparados en una Ley donde las siglas del grupo político prevalecen sobre los nombres propios; con lo cual, nunca se dirimen responsabilidades personales a no ser que el aparato del partido así lo decida; desenlace que raramente ocurre. La práctica habitual permite a las organizaciones políticas actuar como gigantes financieros familiares donde priman el socorro y la omertá, entre sus miembros, sobre los intereses del pueblo al que dicen representar y servir.

El platonismo como fuente filosófica vital del lenguaje público, se orienta en el idealismo suprasensible para construir la retórica argumental. Hay en el mundo político una larga tradición metafísica sustentada sobre intenciones etéreas de caducidad casi inmediata. Son ideales de corto recorrido que brillan, resplandecen y se volatilizan como estrellas fugaces. Realidad y virtualidad, verdadero y verosímil, programa y propuesta, no tienen frontera apreciable llegando a confundirse ambas en esa nebulosa abstracta creada por un lenguaje opaco donde la definición no tiene cabida, sólo razones interesadas que implican actos de fe.

En la norma parlamentaria el argumento político serio no existe. Prima la banalidad del titular más o menos ocurrente ensalzado y calificado en el bajo relieve de la letra impresa vinculada ideológicamente. El poder de la dialéctica como contrafuerte argumental capaz de sustentar y modificar opiniones, no se practica en la actividad parlamentaria. Se producen manifestaciones radicalmente opuestas en virtud de la tribu de procedencia, sin opción a ningún tipo de contrato social mediante el cual los motivos particulares del grupo queden supeditados al interés general. Se antepone la captación obscena del voto sobre el consenso y el posicionamiento ideológico. Justificar y rentabilizar son términos que orientan el discurso parlamentario.

Es el nuestro, un estado de derecho en el que vemos a diario prevalecer la ley del más fuerte. La proporción áurea de la política, la mitad más uno, hace incorregible toda disfunción no aceptada como tal por el poder aritmético de la Cámara. A partir de este axioma, que imposibilita cualquier ofrecimiento de diálogo efectivo, la acción arrolladora de la política todo lo reduce a mero trámite formal.

Cuestiones de Estado como la Educación y Sanidad públicas o la Justicia y planeamientos hidráulicos, son tratadas, en los países de nuestro entorno, bajo el signo del acuerdo político y social al margen de las mayorías partidistas; aquí, la imposición es norma. El día que España sea capaz de llegar al entendimiento dialogado y el consenso entre fuerzas políticas y sociales, habremos dado un paso decisivo, ya no solo en la descripción y desarrollo de estas materias si no, también, en la elaboración de políticas territoriales y de reparto tributario, al margen de los intereses secesionistas que hoy prevalecen.

Fue determinante para la acción política que actualmente padecemos, una vez autoinmolado el invento centrista de la transición, el estilo maquiavélico del juego sucio creado por los sucesivos parlamentos socialistas de Felipe González; gestión costumbrista que hunde sus raíces en la corrupción democrática, el saqueo de las arcas públicas, la mentira, la instauración de frentes mediáticos partidarios, la ingerencia gubernativa en los medios de comunicación públicos, la instrumentalización del poder judicial, la impunidad indiscutible del líder, la subsidiariedad mordaza de los contrapoderes del Estado, y, principalmente, una barrera infranqueable sobre los mecanismos de intervención social interesados en la vertebración del Estado que, a día de hoy, el ciudadano percibe como perversión despótica del absolutismo parlamentario.

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