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Colegio Loyola, reencuentro de la promoción de 1989

4 de Diciembre del 2014 - Luis Nogueiro Arias (Oviedo)

Recientemente, el 4 de octubre pasado, celebramos una reunión conmemorativa de los 25 años de nuestra salida "en tercer grado" del colegio Loyola de Oviedo. Más de cincuenta compañeros nos reunimos en nuestro centro de los padres escolapios compartiendo una jornada muy intensa, con visita a las aulas y lugares emblemáticos, en compañía del actual director, don Heriberto Fernández, "Caco"; del director de nuestra época, el padre Alejandro, y varios de nuestros profesores; el director saliente, don Enrique Alba, y de nuestro profesor de Lengua y Literatura, don Juan Cueto. Supongo que para todos habrá sido especial volver a sentarse unos instantes en los pupitres de las mismas aulas que compartimos (algunos de nosotros durante 13 años, prácticamente "una condena de reclusión menor"), pero, hablando en clave propia, para mí resultó algo entrañable; es curioso que algo tan cotidiano como ocupar un pupitre pueda llegar a resultar una sensación única con el paso de los años, incluso resultaba tentador "disparar" alguna tiza a los compañeros en la impunidad de un sábado sin orden ni concierto, pero la templanza se impuso. Importantes siguen siendo las instalaciones deportivas del centro, que resultaban especialmente extraordinarias en los años que cursamos nuestros estudios por su amplitud y variedad, una auténtica ciudad deportiva. Pese a que el colegio actualmente está delimitado exteriormente, a diferencia de nuestra época, en la que detrás del actual campo de fútbol se encontraba el llamado "vertedorio", que también era "territorio conquistado" de nuestros juegos y de algunas clases de Ciencias Naturales, y que permitía, por cierto, la opción de salir del colegio discretamente por varios flancos, lo cierto es que las instalaciones deportivas y el espacio del que dispone el centro siguen siendo muy grandes.

Tras una misa en la capilla del colegio, en la que se recordó a algunos compañeros fallecidos, que todos tenemos presentes, nos dirigimos a un conocido restaurante ovetense de la zona, donde disfrutamos de una estupenda comida regada con diferentes licores y una larga sobremesa, que culminó, cómo no, con la atinada entonación de nuestro himno tradicional de Calasanz, como hacíamos cada año en el colegio y que, precisamente en estos días, se celebra su festividad. El entorno familiar en la distribución de las mesas fomentaba un fácil intercambio de comensales entre unas y otras para charlar y ponerse al día de las situaciones familiares y profesionales de compañeros con los que en algún caso no se había coincidido en cinco lustros y, desde luego, un grupo tan multitudinario de nuestra promoción no se juntaba desde la salida misma del colegio, pese a varias cenas no institucionales que se celebraron en los años posteriores. A pesar de la falta de contacto, en mayor medida con unos que con otros, y del transcurso del tiempo, resultaba sencillo comunicarnos, disparando nuestras frases a discreción, ya que había tantas anécdotas y vivencias compartidas en las que habíamos sido protagonistas o al menos secundarios de las mismas que no hubo, desde luego, tiempo para ningún silencio protocolario. Con ese punto de encuentro de las experiencias escolares nos pusimos al día de la situación de cada uno y me resultó muy gratificante conocer de primera mano la trayectoria profesional, en algunos casos ciertamente brillante, de los compañeros. También hubo un tiempo para interesarnos por muchos de nuestros profesores, algunos ya fallecidos, otros un poco mayores, que indudablemente, y estos sí que eran protagonistas, siempre estarán en nuestras anécdotas, con sus manías, con sus motes y, por supuesto, muchos de ellos con su conocimiento y didáctica. Unos y otros fueron dividiéndose en grupos, pero puede decirse que bien entrada la madrugada aún estábamos una veintena de compañeros brindando juntos por los bares de la ciudad. ¡25 años nada más y nada menos! Salimos en el mes de junio de 1989 (aún no había caído el Muro de Berlín, al final de la "guerra fría"), cierras los ojos y das un chasquido de dedos y apareces en pleno siglo XXI, en un vertiginoso crisol de experiencias y sensaciones que trazan nuestras vidas. Desde la perspectiva del tiempo, resulta fácil quedarme con todo lo positivo que las vivencias aportan en esa edad de crecimiento personal, de las buenas y de las malas –precisamente de éstas últimas obtiene uno el aplomo y temple para solventar situaciones similares y más complejas–. Nunca tanto como ahora aprecié, y creo que muchos de mis compañeros suscribirían mi impresión, el valor de las enseñanzas escolares y educativas, y especialmente colocando en los puestos más elevados a aquellos que, con mayores o menores conocimientos, más interés mostraron en formarnos.

Se echó de menos a los compañeros que por unas u otras razones no asistieron, algunos desafortunadamente por no haberse podido enterar, otros por compromisos previos y algunos por decisión propia, y sobre estos últimos lamento su inasistencia porque son tan compañeros como los presentes y, por lo que me toca, siento que haya pesado más en su decisión el resultado de las experiencias que fueron negativas; ojalá hubiese contribuido en mayor y mejor medida a que el balance de sensaciones fuese de otro signo, y aquí creo que tanto compañeros como profesores pudimos hacer más por conseguirlo, pero el pasado resulta infranqueable, ojalá que el devenir futuro nos reencuentre a todos en las mejores circunstancias y que no haya que esperar otro cuarto de siglo. Como dice nuestro himno, "¡Gloria y honor, escolapios!".

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