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Los animales también tienen alma

26 de Noviembre del 2014 - Ricardo Luis Arias (Aller)

Hoy los animales gozan de protección en su medio, ya sea rural o ciudadano, y hasta de cariño, como es el caso de las mascotas. Ayer no. Se les perseguía y mataba con ensañamiento y vileza. No sólo se les sacrificaba y mataba con armas de fuego, cepos, garduñas, trampas u otros medios criminales, sino que hasta se premiaba y pagaba por su muerte. Nada, que los irracionales tenían su cabeza puesta a premio por los racionales, que eran los verdaderos irracionales de dos patas, comenzando por la autoridad gubernativa, que era quien pagaba esas muertes. En Quirós hubo un cazador y alimañero que se hizo famoso, tristemente, que vivía de su escopeta y de sus cepos. Primero, cobraba por la muerte de osos, lobos, zorros, nutrias, etcétera, y luego vendía sus pieles a una conocida peletería de Oviedo, ubicada en la calle Uría, como pudimos comprobar allí.

Conocimos a Ricardo, que así se llamaba este hombre, en 1943, en Peña Ricabo. Uno, después de hacer las Ubiñas, y acceder al puerto de Agüeria y Pela Rueda, se encontró con su tocayo, que acababa de matar a un enorme oso, el cual, según nos dijo, hacía el número siete en su "criminal haber". Ricardo era de Cortes, del pueblo de San Melchor, y a él me uniría después una buena amistad, pues era un gran paisano –como tantos otros que uno conoció en su dilatada vida montañera y alpina–, pero siempre le reproché su escopeta y sus cepos y trampas. Porque los que amamos y vivimos la montaña, su fauna animal es algo muy querido y ligado a nuestra propia vida. De haber seguido aquellas "matanzas pagadas", ya me dirán ustedes qué fauna podíamos tener hoy en nuestras montañas.

Uno, en su vida montañera, tuvo que ver y sufrir, indignado, muertes de animales muy queridos. El caso más doloroso fue en el Pico Torres, cumbre mítica allerana, cuando un pequeño rebeco, al ver a su madre despeñarse por el disparo de un cazador, él la siguió lanzándose al abismo. Madre y cría encontraron la muerte juntas, mientras el cazador voceaba su vileza a los compañeros de cuadrilla. Aquello me rasgó el alma y me dio que pensar y meditar: que los seres irracionales también tienen sentimientos, sufren como nosotros y, como nosotros, tienen igualmente su alma. Y esto, si mal no recuerdo, creo que lo dijo el Papa Wojtila, de tan grata memoria y recordación.

Según Aristóteles, el hombre es un animal social. Bueno, pues si este pajolero mundo nuestro está poblado por animales racionales e irracionales –y dejamos a un lado lo de social, que el hombre enfanga y escarnece–, después de lo que acabamos de comentar, ¿quiénes pueden ser los verdaderos seres irracionales, de alma ruin y despiadada? La respuesta, aquí, se la dejamos al estimado lector.

Ricardo Luis Arias

Aller

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