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Lecciones de democracia

26 de Noviembre del 2014 - Constantino Díaz Fernández (Oviedo)

No estoy de acuerdo con lo que dice, pero defenderé con mi vida su derecho a expresarlo. Esta frase, generalmente atribuida al ilustrado francés Voltaire, que podría servir para definir, de forma simple, la esencia del comportamiento democrático, no parece formar parte del ideario de la izquierda más radical, que, una vez sí y otra también, no pierde ocasión en demostrar que la democracia no es precisamente su hábitat natural. Llámese como se llame, singular, plural, unida o amontonada, da lo mismo, no es capaz de librarse de sus tradicionales prejuicios y, lo que es peor, no parece tener ninguna intención en hacerlo.

Viene todo lo anterior a cuento del discurso que el papa Francisco pronunció ante el Parlamento europeo, el pasado 25 de noviembre, en el que hizo un serio llamamiento a la conciencia de todos los responsables, tocando diversos temas relacionados con el respeto a la dignidad humana en un mundo falto de referencias y gobernado por los intereses económicos. Aunque, en general, las palabras del Pontífice fueron acogidas con aplausos –incluso el líder de Podemos, Pablo Iglesias, se identificó con gran parte de su discurso–, la nota discordante la pusieron, en este caso, los eurodiputados de Izquierda Plural, con la execrable conducta de abandonar el Hemiciclo cuando iba a comenzar el discurso alegando que el Parlamento europeo no es escenario para sermones religiosos. También habrá que incluir en la misma cesta a la eurodiputada de Podemos Teresa Rodríguez, que parece estar dispuesta a oír sólo aquello que le suene bien. Amén de una falta total y absoluta de respeto al personaje y al más de mil millones de fieles que lo siguen (prácticamente una sexta parte de la población mundial), estos mamarrachos y cretinos ignorantes no han tenido en cuenta que Bergoglio, además de Papa, es jefe de Estado, y, sólo por esta última razón tiene derecho a expresar sus opiniones en la Eurocámara, al tiempo que los eurodiputados tienen el deber de escucharlo. Otra cosa bien distinta será estar de acuerdo o no; pero eso forma parte del juego democrático, que no tiene que estar reñido con los más elementales principios de la educación.

Un país no es democrático por tener una Constitución que consagre los principios básicos de una democracia, sino cuando sus ciudadanos aceptan, respetan y viven de acuerdo con esos principios. En este sentido, todavía hay muchos que necesitan recibir muchas lecciones, aunque ya se sabe que no hay mayor torpe que el que no quiere aprender, y me temo que en esta generación hay algunos que no aprenderán nunca.

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