En crisis, ante todo y sobre todo, humanidad
Buena parte de la ciudadanía anda extremadamente alterada, el personal entra en los aledaños de una Navidad envuelta con ropajes de poca compasión y justicia social. Por lo general, no dedicamos mucho tiempo a las truncadas vidas de los desfavorecidos por la fortuna, mas de vez en cuando las cámaras y los focos, muy ocupados con los políticos, tienen un instante para rebuscar esas historias que constituyen, por desgracia, la triste realidad de la vida.
Una de las consecuencias más trágicas que nos está dejando esta maldita crisis es la total indolencia de gran parte de los ciudadanos que alternan su día a día con la pobreza. Detrás de la recesión se esconde el temor y hay quien prefiere mirar para otro lado antes que enfrentarse al mustio panorama que le rodea. La insolidaridad es un mal que trepa con fuerza creando vallas entre los que pueden ir sorteando las miserias con cierta dignidad y los desgraciados que carecen de esa oportunidad.
Tenemos muy reciente el desahucio de doña Carmen Martínez Ayuso, que hemos podido ver por TV, y que viene a demostrarnos una vez más hasta qué extremos puede llegar la crudeza de un sistema despiadado, de un sistema sin alma. Hace escasos días esta señora, a sus 85 años, fue expulsada de su casa del barrio madrileño de Vallecas, donde llevaba más de cuatro décadas residiendo. El gran pecado de esta octogenaria, viuda por más señas, que no sabe leer ni escribir y vive sola con una pensión de 630 euros al mes, fue avalar un crédito a su hijo con un prestamista privado, financiación que no ha podido pagar. Su rostro de dolor y sufrimiento, sus lágrimas, su desesperación, tras ser puesta de patitas en la calle de forma inmisericorde, golpean con fuerza a cualquier persona mínimamente sensible y apuntan directamente a las autoridades que no movieron un dedo para buscar una solución a este drama antes de que se produjera.
Ante la falta de respuesta por parte del Estado, ha tenido que ser un modesto club de fútbol, el Rayo Vallecano, el que ha movido ficha para hacerse cargo del pago del alquiler del piso en el que pasará a vivir ahora esta buena mujer.
Ya se sabe que sólo es un gesto, un rayo de luz, cuando se necesitarían muchos más. Pero al menos sirve para alegrarnos el corazón. Para descubrir que todavía suceden cosas en el mundo que merecen la pena en medio de tanta frialdad e indiferencia hacia el prójimo.
A pesar de la crisis y de la inoperancia del Gobierno, actuemos particularmente como verdaderos seres humanos. Y es que, además, entramos en tiempos de la Navidad. ¡Felicidades!
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