Un tiempo nuevo

14 de Diciembre del 2014 - Borja del Campo Álvarez (Oviedo)

Nuestro país ha entrado en una peligroso y cuasi sistemática problemática de corrupción política, incardinada en un clima de profunda desconfianza en la clase política como instrumento capaz de dar solución a nuestros problemas y con las consecuencias de la recesión económica como telón de fondo. Se trata, sin duda alguna, de una grave crisis institucional sin precedentes en la historia democrática de España.

Los ciudadanos asistimos, a caballo entre la resignación y la perplejidad, al burdo y diario espectáculo de corrupción y opacidad que parece afectar, sin diferencia cuantitativa y cualitativa, a partidos políticos, fuerzas sindicales y patronales de empresarios, entre otras figuras análogas. No puede negarse que parece que hemos entrado en una situación generalizada de descomposición democrática que amenaza con llevarse por delante, cual tsunami, a todas y cada uno de las principales instituciones del Estado.

Es inconcebible que en un Estado desarrollado y próspero, que ha sido construido en el marco del consenso y el diálogo democrático, sucedan casos tan clamorosos de falta de ética, de responsabilidad política y de respeto al conjunto de los ciudadanos españoles. Nadie alcanza a comprender cómo algunos han sido capaces, sin escrúpulos ni conciencia personal ni política, de anteponer sus intereses, ilícitos e inmorales, al bienestar de la sociedad en su conjunto.

Sin embargo, y pese a ello, la sociedad española, tan plural como madura, no puede caer en la desesperanza: sería el triunfo de aquellos que, con su comportamiento no ejemplar, tanto daño han hecho a la legitimidad del sistema. Aunque nuestro hartazgo parece consolidarse sine die, es nuestro deber cívico recuperar la ilusión e intentar, con la fuerza de la democracia y de los instrumentos que el sistema pone a nuestro alcance, revertir la situación y acometer los ajustes necesarios para que en España vuelvan a brillar conceptos tan importantes como la transparencia, la honestidad y la vocación de servicio público en nuestra clase política.

Asimismo, los políticos parecen no saber o poder per se iniciar el proceso de regeneración democrática que nuestro país necesita. Que nadie se confunda: necesitamos de la política, forma parte de la solución de nuestros problemas. Esta afirmación no obsta, por otra parte, para aclarar que son muchos los cambios, materiales y formales, que deben hacerse en este sentido para que podamos recuperar la confianza y, en consecuencia, apuntalar nuestra democracia.

A mi juicio, la madurez de una sociedad se mide por esa capacidad de iniciar y concluir con éxito transformaciones con el rigor y el consenso necesarios: la nuestra ya lo ha demostrado, con voluntad de diálogo y capacidad de sacrificio, en numerosas ocasiones a lo largo de la historia más reciente.

Es, por tanto y como conclusión, el momento de la unidad, de iniciar todos juntos, y sin exclusiones, un nuevo proyecto como país de regeneración democrática para devolver la confianza en nuestras instituciones, creyendo en la política como vía de moderación en la convivencia. En definitiva, abrir una nueva etapa para robustecer nuestra democracia que permita que España se convierta nuevamente, como así sucedió durante los años de la transición, en paradigma de diálogo, consenso y progreso.

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