Calumnias

6 de Diciembre del 2014 - José Antonio Coppen Fernández (Lugones)

“Debemos resignarnos a pagar nuestro tributo a la calumnia”. Así se expresaba en carta Federico Chopin a un amigo. Y es que la calumnia es el azote del mundo. Se trata de una doble injuria: primero por el que la hace, después por el que la cree. En este sentido, es muy conveniente advertir que tan responsable es el embaucador como el embaucado, pues los embaucadores hacen su agosto en las mentes débiles, donde habita la ignorancia. Ya 400 años antes de Cristo, uno de los siete sabios griegos nos advirtió de que nada más común hay en el mundo que la ignorancia y los charlatanes.

Subtítulo: La enfermedad de los demás que se declara en nuestro cuerpo

La calumnia es enfermedad de los demás que se declaran en nuestro cuerpo, es obra de la ignorancia y discernimiento pervertido; y diríamos que encuentra su germen en la envidia, con efectos distintos, al modo que la abeja y la avispa liban/chupan las mismas flores pero no logran la misma miel. Reconozcamos que con una mentira se puede ir muy lejos, pero sin esperanza de volver. Por eso debe abstenerse de mentir quien no esté seguro de su memoria. A la corriente propia del vulgo –fácil presa para la manipulación, y que en buena medida se alimenta del mal ajeno– se suma quienes alcanzan las condiciones propias de los psicópatas. No debemos asombrarnos, pues seguro que tenemos cerca de nosotros alguno, versión masculina o femenina. Siendo lo suficientemente inteligente, no resultará difícil percatarse de tales conductas psicopáticas.

Para empezar, advertimos que no hace falta descuartizar a alguien para estar orate (pérdida de juicio y prudencia). Conocida es la frase: “No son todos los que están, ni están todos los que son” (no todos los que están en el hospital psiquiátrico son locos, ni todos los locos que existen están encerrados). Los psicópatas exhiben una autoestima exagerada, creyéndose los mejores. Tienen un amor desordenado y excesivo hacia sí mismos, diríase que el patrón de su conducta se vertebra sobre la impresión de grandeza suprema de su persona; y, muy importante, la necesidad de reconocimiento por parte de su entorno. Otra característica propia es su afán manipulador; y que, al no tener sentimiento de remordimiento o culpa, jamás se sienten en deuda. Por ello, el problema siempre lo tienen los otros. Les falta empatía, son indiferentes y pueden manifestar crueldad, así es su comportamiento. Les gusta un estilo de vida parasitario. Viven como nómadas, sin dirección clara; y actúan descontroladamente. A todo ello viene a sumarse su falta de reflexión sobre las consecuencias de sus acciones. O sea, son irresponsables.

En consecuencia, todo ello no quiere decir que sean malas personas, sino, simplemente, que no sienten empatía por el prójimo, ni remordimiento por sus actos, con todo lo que ello implica, por lo que la calumnia suele tener más historiadores que la verdad. En nuestras relaciones en general, conviene, pues, tener siempre muy presente la perla que nos legó Benavente: “En lugar de ser mejores que los demás hay que pagarlo, la sociedad exige un tributo que ha de pagarse en tiras de pellejo”. No olvidemos que los grandes hombres siempre han sido perseguidos, combatidos y criticados.

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