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La muerte de nuestros ríos

17 de Agosto del 2009 - Martín Montes Peón (Oviedo)

LA NUEVA ESPAÑA expresa en su editorial del último domingo la lógica preocupación por la salud de nuestros ríos salmoneros. En idéntico sentido, el martes, un portavoz de Orbayu Naturaleza manifiesta en estas mismas páginas algunas de las causas que cree como probables para que los salmones vayan dejando de asomar progresivamente por nuestro paraíso natural.

Suscribo de la primera a la última coma todo lo expuesto por el editorial de este periódico como por las reflexiones de Rafa González. Sin embargo, y con todos mis respetos, creo que les ha faltado algo sumamente importante que, bajo mi punto de vista, no ha de pasarse por alto. Me refiero al dantesco daño al que se someten a algunos ríos salmoneros, aparte de los consabidos vertidos, que es seguro que han de degenerar en devastadoras consecuencias. Pondré como ejemplo al legendario y emblemático río Sella, salmonero por excelencia, convertido durante varios meses al año en una especie de parque acuático, pero a lo bestia. Naturalmente, no me refiero al Descenso Internacional de todos los meses de agosto, sino a la romería de centenares de canoas que diariamente surcan sus aguas para disfrute del excursionista de turno, ya sea éste asturiano o de allende nuestras fronteras, sólo que la inmensa mayoría de los ocasionales piragüistas deja tras de sí todo un reguero de desperdicios y agresiones de diferente calado, en un espacio natural que habría de conservarse como en oro en paño.

La verdad es que cuesta creer que ninguna institución pública tome cartas en el asunto y prohíba tajantemente la utilización de los ríos para algo que no sea una prueba deportiva o la tradicional pesca de temporada. El ciclo biológico de los salmones que remontan el Sella o cualquiera de nuestros ríos, sobradamente conocido por todos, requiere, entre otras cosas, ser extremadamente respetuosos con el medio ambiente. Mas si este argumento, de por sí importante, no fuera suficiente, apelaría al sentido común y a la ética que se espera de nuestros dirigentes, para garantizar a las generaciones venideras el mismo derecho del que hemos disfrutado los demás, para que puedan seguir deleitándose de un trozo de naturaleza verdaderamente fantástica. Por fortuna, Asturias aún dispone de unos parajes envidiables con respecto a otros muchos lugares de España, y creo que estamos a tiempo de poder conservar nuestra esplendorosa naturaleza, la misma que cada año atrae a mayor número de visitantes.

Pero si queremos que esta situación pueda alargarse en el tiempo, no hay duda de que habrá que ser cada vez más escrupulosos con el respeto al medio ambiente. Nadie va a dejar de visitar Asturias, aunque prohíban el descenso en canoa por sus ríos. Quien quiera emociones acuáticas puede visitar perfectamente cualquiera de los muchos parques que existen en España para tal fin y que, curiosamente, todos están localizados en las partes más áridas y castigadas del país. Si una de las cualidades que distinguen a nuestra tierra es el atractivo de su naturaleza, carece de sentido esquilmarla permitiendo aberraciones tan injustificadas como la de convertir nuestros ríos en meras atracciones de feria.

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