La Nueva España » Cartas de los lectores » Tribuna » Todavía hay en quién creer

Todavía hay en quién creer

8 de Diciembre del 2014 - Fernando R. Miranda

El ébola es una enfermedad cuyo reservorio está en África pero cuyas soluciones están aquí, en el primer mundo. El virus de la corrupción, sin embargo, hay que solucionarlo en origen. El foco está en todas partes donde se pueda manejar dinero alegremente, pero su vacuna sólo se encuentra en el fondo de la conciencia. Con todo, ambas epidemias sí tienen un punto en común: los enfermos, en ambos casos, se creen inmunes y bajan la guardia.

A los chorizos les venden protección y compran impunidad; a la gente en África les pueden los misterios atávicos que atribuyen las dolencias a componentes míticos y exotismos. Los nativos, así, se creen a salvo de males sanitarios. Una manera de esquivar la precariedad estremecedora.

Es curioso cómo un país con tantas virtudes contagiosas como el nuestro no sea capaz de contener la fiebre diarreica del mal del consumo. El diagnóstico es inapelable: una infección de codicia irrefrenable que ataca con toda la virulencia en cuanto tocas algo de poder. Para llegar a esos niveles es imprescindible el papel de los que echan espectaculares miradas para otro lado.

Quienes la padecen, aparte de devastación psicológica, manifiestan una depreciación de la realidad bastante evidente. Puede que se hayan hecho compulsivamente con bienes que no les eran tan necesarios, pero lo interesante es que lo han conseguido sin esfuerzo alguno, algo que es privativo sólo de unos pocos elegidos.

Subtítulo: De la epidemia del ébola a la de la corrupción

Destacado: Los africanos llevan las pandemias escritas en la frente desde que nacen, al igual que nosotros llevamos tatuados el pecado capital de la codicia

En cualquier caso, lo verdaderamente demoledor son los entornos que, por miedo, callan: el clientelismo, las depuradas formas de captación de voluntades, las caídas de ojos, la ausencia de filtros y la admiración que, en el fondo, nos provocan todavía los que son capaces de sacar provecho a una posición hasta límites insospechados.

Cada local cerrado en nuestras calles, cada familia en paro, lleva el nombre de estos “héroes” que han catapultado la confianza en el ser humano a otro planeta. “Ya no hay en quién creer”, decía una señora el otro día en una calle de La Felguera, la complicidad social se va a vender a partir de ahora muy cara.

Los africanos llevan las pandemias escritas en la frente desde que nacen, al igual que nosotros llevamos tatuado el pecado capital de la codicia. Pedimos cura urgente para nuestros propios egoísmos, hospitalización para los eufemismos, desinfección para el hábito de aparentar y valentía para dar oportunidades y responsabilidad a los muchos ciudadanos que están sanos.

Hay una sensación entre la ciudadanía de que no está emergiendo ni el cinco por ciento de la porquería que hay o hubo. Pero posiblemente lo que más nos duele es la falta de solidaridad de estos defraudadores, cuya insensibilidad convierte a los demás ciudadanos en insignificantes.

Nos quedamos también con las ganas de poner en cuarentena a los que están al filo de la ley, a esos que acostumbran a caminar encima de las líneas rojas poniéndonos en riesgo a todos. Ellos son también enfermos listos para el aislamiento. Una desparasitación, por cierto, que le debemos a nuestros hijos.

Todos tenemos la felicidad como aspiración compartida, pero mientras unos la buscan con el dinero como valor absoluto otros la han encontrado en el placer de ser respetuosos con los demás. Gracias a esta mayoría, casi siempre silenciosa, estamos en riesgo de infección pero vivitos y coleando. Discrepo de la señora de La Felguera: todavía hay en quién creer. Otra cosa es que dejen de hacernos el vacío y empecemos todos a hacer el vacío a la minoría golfa. Especialmente a la que ha tenido suerte y todavía se mantiene jugando entre líneas.

Cartas

Número de cartas: 48976

Número de cartas en Diciembre: 99

Tribunas

Número de tribunas: 2175

Número de tribunas en Diciembre: 3

Condiciones
Enviar carta por internet

Debe rellenar todos los datos obligatorios solicitados en el formulario. Las cartas deberán tener una extensión equivalente a un folio a doble espacio y podrán ser publicadas tanto en la edición impresa como en la digital.

» Formulario de envío.

Enviar carta por correo convencional

Las cartas a esta sección deberán remitirse mecanografiadas, con una extensión aconsejada de un folio a doble espacio y acompañadas de nombre y apellidos, dirección, fotocopia del DNI y número de teléfono de la persona o personas que la firman a la siguiente dirección:

Calvo Sotelo, 7, 33007 Oviedo
Buscador