De la tonadillera a la aristócrata
He asistido atónito a una semana trágica en nuestro país: 1.º los últimos días en libertad de una tonadillera y 2.º la muerte de una aristócrata de rancio abolengo. Me pregunto si fue todo cierto o lo soñé.
A mí una España que da tanta importancia a tonadilleras, aristócratas, futbolistas, toreros o seudoartistas de diverso pelaje me importa poco o nada para ser sincero. Como español me apenó la muerte de nuestro último premio Nobel de Medicina, don Severo Ochoa. Cuando falleció este científico no hubo programas en televisión, ni exposición del féretro en lugar público, ni llantos populares glosando a tan egregia personalidad, pero sí hubo un abandono, el de un coche fúnebre con los restos de un sabio que esperaba ser trasladado al lugar que había escogido para descansar para siempre: su Luarca natal. El conductor tuvo llegado el momento hambre y decidió saciar su apetito, como es natural y lógico, eligiendo el bar de carretera que consideró oportuno. Mientras la necesidad fisiológica era consumada, el coche fúnebre permaneció solo en la cuneta con los restos de un científico de fama mundial pero orillado en una España que de forma sistemática y endémica, añadiría yo, menos precia a la ciencia.
P.D. Supuesto práctico: imaginemos a una familia formada por un hombre y una mujer con cuatro hijos. Ambos progenitores son parados de larga duración, pongamos, cuatro y tres años, respectivamente. Subsisten con una pensión mensual de 400 euros. Mi pregunta sería la siguiente: ¿debería haberles quitado el sueño a esta familia la entrada en prisión de la cantante? ¿O sería el fallecimiento de la aristócrata, tal vez, la que les hubiera impedido conciliar el sueño? La respuesta, en la imaginación de cada conciencia.
José Antonio Domínguez Quintanilla,
Salinas (Castrillón)
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