De cañas
Los que me conocen saben que, cara al público, no me diferencio ni por mis colores ni por canciones, pero existen momentos en la vida en los que a una le apetece entonar: "Chalaneru" para después gritar "puxa, Asturies". A miles de kilómetros de casa no se me ocurre mejor lugar para hacerlo que un Centro Asturiano. Ese lugar que te hace sentir como en el paraíso. Un pequeño rincón con olor a sidra y a cabrales que nos hace viajar hasta Asturias mientras oímos las campanas de Notre Dame. Por desgracia, en el de aquí priman otras cosas.
La relación política con este derroche sentimental llegó gracias a una persona con pinceladas de superioridad y una pegatina identificativa que nos mandó callar. Quoi? Asumo que no canto bien, pero el grupo estaba dando la nota. El problema no era musical, sino de casta. En la parte de arriba del improvisado chigre había un político de renombre, según sus súbditos, que no estaba dispuesto a escuchar cantos populares asturianos. Recalco lo de la tierra porque al señor logroñés las palmas de los sevillanos en el mismo lugar le agradaban.
Entiendo que cuando adoras a alguien todo ruido molesta a su alrededor, pero los bares no son los emplazamientos adecuados para dar un "meeting" y mucho menos para mandar callar. Por diplomacia, hubiera cerrado la boca, aunque cuando mi orgullo sale perjudicado, lo siento, no claudico.
Fueron claros, pareciera que estuviéramos en guerra. Venimos en nombre "de" y ustedes no cantan. Lo peor no es el hecho, sino las formas, llenas de simpatizantes que cuando se dieron cuenta de su error nos ofrecieron varias cervezas para contentarnos. Si al menos hubieran ofrecido unas sidras, igual me lo pensaba, pero parece ser que a los seguidores de Lenin y amigos del señor Pablo Iglesias en el Parlamento europeo les gustan más las cañitas andaluzas.
Lo que intento decir es que nadie debería dejar que ningún bando político se entrometa en la cultura de una región. ¿Estos son los que ponen sus eslóganes en asturiano? No deben entender que el bable resta. No sólo eso, el portavoz de IU en el Congreso reniega de la tierra que le vio crecer de la misma manera que a la amiga de Alberto Garzón le molesta el "Soy de Verdicio".
La historia parece un cuento chino o una leyenda mitológica si nos ponemos finos, menos mal que en ese rincón francés había uno de Mieres que puso orden. El güelo que superaba los 80 y llevaba 50 escuchando "La Marsellesa" asumió el papel de líder dejando claro que en su lugar de reuniones no se hacen fotos con una bandera no constitucional que oprimió a Asturias y mucho menos se quita el cuadro del que fue hasta hace escasos meses Príncipe de Asturias.
Los de las pegatinas tuvieron también el detalle de invitarlo a esa cerveza. Por principios, el abuelo recalcó que era demasiado tarde.
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