Nueva tragedia en el Estrecho
La actual avalancha de inmigrantes subsaharianos que desde Marruecos pretenden entrar en territorio español cruzando las aguas del Estrecho ha alcanzado esta pasada semana registros de récord. Nada igual se había visto desde la llamada "crisis de los cayucos" en 2010, cuando tres centenares de inmigrantes llegaron en un fin de semana a las costas del sureste español. Y todo parece indicar que el fenómeno va a perseverar.
¿Qué explicaciones puede tener este espectacular repunte del tráfico de pateras? Obviamente, la mayor presión policial en otras puertas de entrada a España, como en el puesto fronterizo de Ceuta y en las vallas de Melilla, convierte el mar en la vía más idónea de huida, aprovechando además la bonanza de las condiciones meteorológicas.
El éxodo de tantísima gente dispuesta a arriesgar la vida para entrar en la rica y prohibida Europa es un fenómeno que la prolongada crisis económica no ha conseguido parar.
Los 29 subsaharianos desaparecidos cuando cruzaban en patera el estrecho de Gibraltar es la enésima manifestación de un problema que no por obstinado y perseverante ha dejado de ser extremadamente dramático.
Para cualquier persona sensible, las ya habituales imágenes de inmigrantes intentando saltar las vallas de Melilla son extraordinariamente demoledoras. La alternativa, creemos nosotros, no es la libre circulación de personas entre África y Europa, pero tampoco levantar la altura de las verjas que separan estos dos mundos tan diferenciados.
Durante los años de prosperidad, la Unión Europea necesitada de mano de obra barata y abundante apenas controló la inmigración ilegal y, hoy, pese a estar inmersa en la recesión, más que nunca tiene la obligación moral de ayudar a salir de la postración al continente africano.
Mientras, confundida en sus crisis particulares, la UE responde de forma insolidaria tanto de puertas adentro -considerando el problema asunto de sus socios fronterizos en el Mediterráneo-, como hacia afuera, abandonando a su suerte a los países abrumados por la pobreza. Un ejercicio de dolorosa miopía política, humana y social.
Un plan coordinado de toda la Unión Europea, que incluya inversiones económicas que creen riqueza en África, así como la lucha contra las mafias, que se están lucrando con el tráfico de personas, debe ser -tiene que ser- el prioritario objetivo.
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