Premio y castigo: la última seducción
Los dioses –o la idea de ellos– serían los primeros en aplicarlos y amenazarnos con castigos terribles, incluso con el fuego eterno, o premiarnos con paraísos de beatitud o de huríes de grandes ojos y recatado mirar. Los hombres conocían el dolor del fuego y el miedo se instaló en su alma; la beatitud era algo etéreo que no servía de contrapeso; las huríes, sí. Los humanos pensaron: "Pues si el buen Dios premia y castiga, nosotros, también". Y así hasta hoy.
Estas ideas han institucionalizado el sentimiento de que hay que hacer el bien y evitar el mal, por temor al castigo y por amor al premio; por nuestro propio bien, no por el bien "en sí". A la vez que la gente va perdiendo el miedo al trasmundo –donde te cazaban seguro–, crece el miedo a la élite extractiva, al pez gordo, al hombre pequeñito, a la ley, pero sólo si hay riesgo de que te pillen, porque, si no, ¡carretera! ¡A pecar y a delinquir!
Aunque el proceso de mutación del espíritu humano, desde el móvil premio-castigo hasta el de obrar según principios nobles y justos, durara siglos, habría que empezar ya a cimentarlo y aspirar a una lejana sociedad mejor. Sin embargo, aquí y ahora, el remedio no es otro que atiborrar las prisiones y endurecer las penas, no ya de 30 años, como en el régimen totalitario, sino de 40, e incluso contemplando la prisión permanente revisable, eufemismo pornográfico de la cadena perpetua: "¡Que se pudra en la cárcel! ¡Que salga de ella en una caja de pino!". Expresiones populares en armonía con los sentimientos de venganza y crueldad, hoy en boga.
También se abusa, como nunca, de innumerables premios, donados por mecenas, para que el donante pueda presumir de ilustre premiado, y el premiado, de ilustre donante, y para obtener beneficios fiscales; admiro a quienes renuncian a tales premios. Y ¿qué decir de los premios de azar, tan divulgados, para animar a los pobres del mundo como única esperanza de salir de la pobreza? Y los de las televisiones para ganar dinero fácil. ¡Ética de premio y castigo!, igual que ayer, cuando "baqueta y caramelo" eran doctrina.
La idea de ética sin premio ni castigo –por encima de premios y castigos– resurgió a mediados del siglo XIX, pero luego quedó aletargada. ¡Habrá que reavivarla!
José María Izquierdo Ruiz
Oviedo
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