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Reflexiones sobre la corrupción

25 de Diciembre del 2014 - Martín Montes Peón (Oviedo)

Siendo ciertos y repugnantes algunos de los últimos episodios conocidos sobre la corrupción generalizada, que alcanza a todos los estamentos de este paciente país, no lo es menos que abarcan por igual a prácticamente todo el espectro político, aunque, cualitativamente, sean bastante más deleznables aquellos perpetrados desde los aledaños del poder, al ser protagonizados por individuos a los que se les suponían conductas intachables, comportamientos éticos y ciertos escrúpulos de índole intelectual.

Define el Diccionario de la Lengua la palabra "corrupción" como acto de corromper; mas a "corromper" le atribuye las de echar a perder, pervertir, viciar, seducir o sobornar. Todos estos conceptos, más algunos otros de nuevo cuño, han sido conjugados por toda una saga de políticos que desde hace varias décadas ha hecho de la política toda una profesión, en la que además de desenvolverse de una manera displicente y procaz, fueron tejiendo amplias redes de tráfico de influencias con aparente impunidad y sin que gran parte de la ciudadanía pareciera no importarle en exceso, pues elección tras elección les han seguido otorgando mayorías absolutas, como si tal cosa. También es verdad que ha habido una porción del electorado, entre los que me encuentro, que hace más de dos décadas decidimos no regalar nuestro voto y emplear los días de votación para ir a pescar o a echar una partida al mus, por más que el coste personal por no participar en lo que ellos llaman la "fiesta de la democracia” tampoco haya sido escaso. Desde inadaptados, renegados, ácratas o más" recientemente, antisistema, han sido algunos de los adjetivos que nos han adjudicado a quienes adoptamos la postura de no confiar nuestro voto a ninguna de las candidaturas concurrentes. A la vista de los resultados, empiezo a creer que la opción de haberse abstenido todos estos años no puede decirse que haya sido del todo descabellada, sin que ello presuponga que uno es contrario al sistema democrático.

Tengo la más íntima convicción de que una de las causas más plausibles para analizar la consecución de semejante grado de corrupción deriva principalmente del progresivo deterioro cultural y formativo que se ha instalado en nuestra sociedad. Se ha empezado por desproveer de toda autoridad a la figura de los maestros y maestras, se ha continuado por establecer un sistema educativo peor el uno que el otro, cada cuatro o cinco años, se ha desterrado la cultura del esfuerzo haciendo creer que se puede aprender jugando y no estudiando, y, por si fuera escaso el caos formativo, el educacional ha degenerado en unos parámetros obscenos de tal magnitud que cuando alguien habla de principios éticos, de escalas de valores o, simplemente, de educación, te topas con la desagradable sensación de ser visto cual marciano trasplantado a este planeta terrícola. Pero paralelamente a esta palmaria decadencia, se han incentivado el mal gusto y la frivolidad a través de una de las más peligrosas armas de destrucción masiva intelectual, como lo es la televisión, que lejos del sacrosanto principio para el que fueron creados los medios de comunicación, esto es, formar, informar y entretener, han pasado a ser instrumentos de difusión de bazofia en todas sus vertientes, que es consumida con denuedo y diariamente por millones de personas durante una media de casi seis horas, según apuntan los datos de medición de audiencia.

Con semejantes premisas no es nada extraño que los políticos de turno se hayan dedicado con tanto ahínco como descaro a llevar a cabo cualquier tipo de trapisonda en beneficio propio, pues, como buenos conocedores del escaso equipamiento cultural del personal, al tenerlo entretenido en el consumo de la banalidad, han actuado como si la gran mayoría de ciudadanos estuviésemos poseídos por el virus de la imbecilidad. Sólo cuando ilustres personajes de la política van empezando a entrar en la cárcel y otros muchos que lo harán a no tardar parece ser que es cuando han empezado a saltar todas las alarmas. A buenas horas. Hombre, hay que admitir que nunca es tarde si la reacción es buena, pero quien más y quien menos creo que debería, o deberíamos, entonar el "mea culpa" correspondiente. Sin que en ningún caso acuse de partícipe a la inmensa mayoría de ciudadanos de este país, sí existe un grado de complicidad que cada cual ha de evaluarlo en la dimensión que crea oportuno, pues de lo que no cabe mayor duda es de que el nivel de exigencia que el común de los electores ha tenido para con sus políticos ha sido, por lo menos, escaso, ya que, de lo contrario, no se habrían otorgado mayorías absolutas tan alegremente. Y muestras, lo que se dice indicios, la verdad es que ha habido unos pocos. Listas cerradas, sin opción a descartar a bastantes crápulas que iban en ellas, opacidad hasta el descaro en cuanto a los salarios que más tarde se autoadjudican, cuantías de gastos de representación y similares enteramente vergonzosas, escasa o nula preparación laboral, académica, o ambas, para desarrollar puestos designados a dedo, enchufe de familiares, amigos y militantes, o simplemente el bochornoso espectáculo de contemplar a individuos que llevan más de treinta años sin bajarse del coche oficial.

En definitiva, tiempo pasado, al fin y al cabo. Verdaderamente, es evidente que agua pasada no mueve molino. Lo razonable sería cerrar un pasado pestilente, agrandando las cárceles si preciso fuere, y comenzar un futuro sacudiéndose de cualquier atisbo o reminiscencia precedentes. Tenemos la gran oportunidad, con nuestro voto, de evitar más episodios sonrojantes como los ya vividos, no sé si con una Constitución nueva o no, porque a lo mejor igual era tan sencillo como aplicar la que ya tenemos vigente, de la que tan poco uso se hizo de ella.

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