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La polémica de las terrazas

14 de Diciembre del 2014 - María Juana Asunción García Pérez (Oviedo)

Andan estos días algo alterados los ánimos de los hosteleros ovetenses preocupados por la próxima entrada en vigor de la nueva ordenanza que regula la instalación de terrazas en la vía pública, cuya aprobación está a punto de llevar a cabo la junta de gobierno local. No es que este asunto, en medio de tantos problemas en los que estamos inmersos, sea un tema baladí para los propietarios de los numerosos establecimientos esparcidos por toda la ciudad que utilizan esta especie de chiringuitos anexos a sus locales, pero, en cualquier caso, deberán admitir que el interés privado siempre tiene que estar supeditado al público, y, en este sentido, el desmadre al que se ha llegado con la implantación de las terrazas, ocupando cada vez más espacio en detrimento de los derechos de los peatones que, en muchas ocasiones, quedan condenados a circular por la calle al estar las aceras saturadas por estos artilugios, amén del pobre efecto estético que muchos de ellos ofrecen, obliga, necesariamente, a establecer una regulación clara y rigurosa que ponga orden y sentido a este asunto. La autoridad municipal, como responsable de esta competencia, tiene la obligación y el deber de hacerlo, conjugando para ello los intereses de todas las partes. La vía pública, por su propia definición, es de todos, no de unos pocos.

In illo tempore, desde que los primeros hosteleros empezaron tímidamente a sacar algunas mesas fuera de sus establecimientos durante la temporada estival para liberar a sus parroquianos del calor, ofreciéndoles un espacio más relajado al aire libre (aún estaba por inventar el aire acondicionado), hasta que esta costumbre se ha ido generalizando para llegar al momento actual en el que las terrazas se han convertido en un elemento más del paisaje urbano, formando parte integral y permanente de los propios establecimientos, como arbitraria medida para aumentar la superficie útil de sus negocios a costa de la vía pública, se ha seguido un proceso anárquico en el que la ausencia de control ha sido su principal característica. Ahora que, por fin, se quiere poner coto a estos desmanes, surgen las protestas. Parece ser, que una de las medidas que los hosteleros pretenden llevar a cabo, para disuadir al Ayuntamiento de que lleve a cabo las restricciones que pretende imponerles, es el de la retirada de las terrazas por un día, medida que no concretan si consistirá en no dar servicio durante una jornada en esos espacios o, de forma más radical, proceder a retirar todos los entramados montados para tal menester. Si es que, afortunadamente, optaran por esta segunda opción, podríamos ver, aunque sólo fuera por un día, la ciudad libre de obstáculos, y, ante esta nueva dimensión, podría registrarse una solicitud masiva de que no se volviera a la situación anterior, salvo para la época estival, tal y como era al principio. Seguro que no pocos amantes de esta hermosa ciudad, una de las mejores de España para el peatón (ya lo era antes de que Woody Allen lo descubriera), quedaríamos gratamente complacidos.

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