Cantar
Escritas en el trascoro de la Catedral de Toledo figuran unas palabras admirables: "Calla y canta". Y es que esto de cantar viene ya de muy lejos. La laringe, comúnmente llamada garganta, fue el primer instrumento musical del que hizo caso la humanidad, común a los pueblos antiguos, que practicaron el canto sin medios técnicos. Los trovadores y troveros pertenecen a la antigüedad y la Alta Edad Media. Obviamente, varían las exigencias a la hora de escuchar a alguien cantar, en función del rango y lugar que se elija para disfrutar de este placer. Además, esa grata sensación puede ser compartida por los intérpretes y los oyentes. No hace falta disponer de un oído prodigioso para que, a través del mismo, el espíritu se vea regado por esa sensación especialmente agradable, cuando la voz permite trascender los límites de la palabra para convertirse en música. Tal como dejó dicho Santo Tomás: "El cántico es necesario hasta para elevar los corazones a Dios".
Subtítulo: Los sonidos melediosos
Destacado: Siempre es preferible cantar mal que llorar bien
Es verdad que todos los niños desde su nacimiento modulan algunos sonidos –balbuceos informes, gemidos y gritos–, mediante los cuales expresan sus necesidades, su impaciencia, sufrimiento o alegría, pero llegada la edad adulta pocas personas pueden cantar con un mínimo de arte. También, claro, es cierto que para cultivar el canto hay que partir de unas capacidades vocales aportadas exclusivamente por la fisiología, y que van desde los órganos de fonación (timbre, extensión) y el sistema respiratorio (homogeneidad y potencia del soplo), hasta el referente al sistema nervioso (equilibrio físico y moral). De Orfeo a Morfeo no va más que una letra. Entre hacerlo mal o cantar lo aceptablemente audible no va más que una diferencia que enseguida detecta y agradece el oído sensible.
O sea, mejor o peor, todo el mundo habla, excepto, claro, quienes están privados físicamente de este don de la naturaleza, o aquellas personas que optan deliberada y persistentemente por el silencio. Ahora bien, cantar, lo que se dice cantar, ya es otra cosa. Es cierto que a nadie se le pregunta si sabe hablar. Sin embargo, en momentos y circunstancias propicias no es infrecuente formular la pregunta para averiguar si el interlocutor domina el arte de emitir con la voz sonidos melodiosos. Este interés no es precisamente para saber si se practica dicho arte cantando bajo la ducha, sino para conocer si la voz se sale de lo corriente a la hora de interpretar y entonar una canción. En todo caso, huelga decir que siempre es preferible cantar mal que llorar bien. A este propósito, sirvan de consuelo las tres categorías en que, según Rossini –conocido compositor italiano, particularmente por óperas cómicas–, se dividen los cantantes: "Unos que tienen voz y no saben cantar; otros que sí saben, pero no tienen voz; y otros que no tienen voz, ni saben cantar”.
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