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Cuando volví a Cuba

18 de Diciembre del 2014 - Julio Luis Bueno de las Heras (Oviedo)

Hace unas semanas me publicaban amablemente en esta sección una carta que mi abuela hubiera considerado digna de San Pablo, o de Unamuno. Se titulaba “Apología del delincuente”. Seguro que lo recuerdan, porque me salió redonda. O eso cree mi abuela, que e.b.D.t.e.s.G. (pa que traduzca la Mariló).

Mi rompedora, originalísima e inédita tesis era –y es– que, a pesar de tanta civilización y tanta gaita (y supongamos que dicho metafóricamente), son los delincuentes con agallas e ideas claras los que siempre se llevan el gato al agua. Los amos del mundo. Chapeau.

Triunfadores en esta vida y –sin necesidad de mucho abogado del diablo– acogibles en la otra a las benevolentes cláusulas de las doctrinas del hijo pródigo y de la oveja perdida, son un insolente reto para tanto infeliz que no puede ser otra cosa que honrado, y un modelo incuestionable para que la especie se vaya enterando de por qué sendas hay que discurrir para merecer la zanahoria de la evolución y un buen sitio en el valle de Josafat.

En pocos días los acontecimientos habrán convencido a bastantes de entre los pocos lectores que entonces osaran discrepar de mi aguda intuición. Hemos visto más y más excarcelaciones de terroristas y delincuentes comunes, hemos visto escandalosos trueques y tratos de favor cantando la Traviata, hemos visto condonaciones de intereses de la deuda a los más indisciplinados incumplidores de las leyes y de las lealtades constitucionales. Y, para perder las pocas esperanzas acerca de que por ahí fuera pueda haber vida digna, hemos visto cómo el síndrome hemipléjicamente genuflexo del presidente Barack Hussein le ha llevado a una nueva hazaña de liderazgo ético mundial reconociendo de facto una victoria por extenuación del contrario sólo pendiente de ser cohonestada gratis et amore por el Congreso norteamericano. Queridos lectores, no sólo hay que delinquir, sino que trae cuenta tomar rehenes.

Ganaste, Fidel, y lo sabes.

Su comandante, percíbame en el primer tiempo del saludo. ¡Susssórdenes!

(Dios protege a los buenos sólo cuando son más que los malos. Y su sedicente representante en la Tierra allana los inescrutables caminos del Señor. Amén).

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