Nacerá un mundo mejor, si queremos
1.- Viendo como pasa el tiempo hoy como ayer lo notaron nuestros padres, puedo afirmar que nuestro mundo está esperando el comienzo de un mundo mejor. El nuestro, el de hoy no ha muerto, es el mismo; pero todos los hombres de buena voluntad, creyentes y no creyentes, siempre quisieron que fuera mejor, como todos los padres han querido que todos sus hijos tengan un porvenir mejor que el que tuvieron ellos. Lo consiguieron con muchos sacrificios para que estudiaran, trabajaran en puestos mejores y fueran más felices que nosotros hemos sido.
No podemos dudar, este mundo va siendo mejor porque asistimos a una profunda transformación social y cultural por muchos factores positivos, como:
-La búsqueda de un humanismo vivido en el respeto a toda las personas y gentes sin mirar fronteras ni colores y haciéndolas caer como cayó el “muro de Belén”, de forma que aparecieron la Sociedad de Naciones, la ONU y comunidades políticas y económicas con los mismos derechos de todos sus miembros: así hemos conformado la Unión Europea. En tiempos pasados esto mismo quisieron hacer otros, desgraciadamente por la fuerza de guerras victoriosas e imponiendo sus dictaduras.
-En estos años hemos visto el desarrollo y progreso de las ciencias biológicas y se consiguió el dominio técnico de la naturaleza para hacerla más productiva ayudando así a la erradicación, en muchos países, del hambre, de las enfermedades y de la miseria: así se produjo un impresionante intercambio humano e ideológico.
-Al mismo tiempo nos llegó el fuerte apoyo a la educación y la cultura para que estas puedan llegar a todos; y con ellas el desarrollo de los medios de comunicación social: radio, televisión, internet...
Por todo ello, podemos afirmar que estamos en un “mundo en superación”, a esta conclusión llegaron el Papa y los obispos en el Concilio Vaticano II: “Jamás el género humano tuvo a su disposición tantas riquezas, tantas posibilidades, tanto poder económico” (“Gaudium et Spes”, 4).
2.- Pero las aspiraciones del hombre moderno son todavía mayores: Espera el advenimiento de un orden político y económico-social tan internacionalizado que sirva a cada persona, grupo, familia o nación y que permita a cada uno reafirmar su propia dignidad: sólo así conseguiremos una equitativa distribución de los bienes entre las naciones como fruto de la solidaridad universal y fraterna. Y llegaremos ala definitiva promoción de los obreros, de las mujeres y de todos los pobres, enfermos y disminuidos de la tierra.
Queremos, al mismo tiempo, conseguir el “tiempo libre” de domingos y fiestas para la vida espiritual, el descanso y la cultura, dedicándonos a las aficiones personales y el disfrute de la naturaleza que Dios puso a nuestro lado y así descubrir y gozar de su belleza. Para esto desde hace muchos años conseguimos realizar campamentos y convivencias para niños y jóvenes, residencias de verano para todos, sí, son medios que facilitan el encuentro con Dios y el prójimo.
Esta visión del mundo actual quedaría desfigurada si pensáramos que el progreso ascendente e innegable de la humanidad sigue una línea de superación inalterable y sin fallos. El hombre tiene la abominable manía de la guerra; y junto a lo costoso de los vuelos espaciales, practica el racismo y la violencia o mantiene en el mundo el hambre y el analfabetismo. Junto a los progresos y nobles aspiraciones de nuestra generación han surgido nuevas formas de esclavitud social, tensiones políticas, económicas y raciales, el egoísmo de grupos, la angustia de muchas gentes, la frustración y el vacío. Los colaboradores del “Teléfono de la Esperanza” de España y los del “Servicio telefónico de Ayuda Espiritual” de Alemania atestiguan que precisamente en los fines de semana y en las grandes fiestas de Navidad, Pascua y de las ciudades, es más solicitada su atención.
3.- Tenemos que colaborar con nuestra fe a realizar ese mundo mejor en cristiano. Llevamos muchas horas de sueño y el mundo se nos escapa. A pesar del gran salto del Vaticano II para alcanzar la vanguardia del mundo, tenemos la impresión que algo se traiciona de nuevo en la Iglesia y perdemos marcha. Es más cómoda la retaguardia donde no llegan los tiros, ¡sólo suenan! El amor auténtico a la Iglesia –que somos nosotros mismos– nos hace ser comprensivos y pensar que se es fruto de la propia época. Pero el mismo amor a la autenticidad de la Iglesia que hemos de ser, nos obliga a pensar que es hora ya de despertar y “salir al encuentro de Cristo” en el hombre actual y en el “mundo mejor” en que vivimos y donde tenemos que hacer posible “que habite la justicia y la santidad” que consiguieron los Santos.
Sí, “preparemos los caminos al Señor” y encontraremos incluso en el Evangelio que se venga abajo “lo edificado sobre arena”, que se hunda lo cavernoso, que a los “hipócritas” se les llame a gritos “sepulcros blanqueados”, aunque las palabras sean más suaves y otros los protagonistas. Y en la serenidad de una “visión cristiana” que deja cada vez más de agarrarse a formulismos, nos alegraremos de que no se llame inteligentes a formas encubiertas de injusticia y opresión; no se condecore, en ningún sentido, al que machaca al pobre o explota al subdesarrollado; y que no se llame civilización al gran negocio de la “muerte programada”, léase “aborto”, de la guerra, o del hambre.
En este Adviento, en este y no esperemos más, ayudemos a nuestros prójimos y seremos “camino del Señor, Luz y Esperanza, Justicia y Santidad para cuantos nos rodean, en especial, para los pobres, enfermos, despreciados. Si queremos, con estas buenas obras “nacerá un mundo mejor”.
José Fuentes y García-Borja, canónigo de la Catedral
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