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La esponja y las salpicaduras

28 de Enero del 2015 - Ramón Alonso Nieda (Mesariegos (Arriondas))

Tremendo error de estrategia el de Víctor García de la Concha (GC) al parar la publicación de "El cura y los mandarines": ganó una escaramuza para perder una guerra. Dos meses después lo edita Akal. Entre tanto, GC le arrebató el protagonismo de villano a Jesús Aguirre (el verdadero cura del título), y a Gregorio Morán, un episodio de censura le revierte en una formidable campaña de promoción. Razón de más para acercarse, más allá del ruido y del furor, al enigma de un personaje, en principio poderoso, al que un par de páginas entre setecientas precipita a la habitación del pánico.

Del talante de GC, ese prisma que cristaliza en la primera juventud y prefigura las aristas de un destino, nadie sabe tanto como el presbiterado astur, en cuyo seno el personaje vivió los prolegómenos de una carrera que se revelaría imparable. Mas aquí topamos con la Iglesia: ¿por qué habría de ser el clero menos corporativo que cualquier corporación? Añádase que sus miembros se ajustan a pautas de virtud incompatibles con todo lo que pueda presentar un sesgo de maledicencia. Digamos que los curas son doblemente circunspectos. Afortunadamente, los que hemos elegido transitar por la vida civil podemos ejercer mester de juglaría con más franca libertad.

¿Fue Víctor "un seminarista más pobre que las ratas"? Típica fórmula de rompe y rasga de la factoría Morán. La verdad estaría en una situación modesta, tan alejada de la opulencia como de la indigencia. Lo que no quita para que el joven clérigo se ufanara de vínculos de parentesco con gente de fortuna y títulos. ¿Habría nacido, acaso, como Eros en el mito de Platón, de la necesidad y el lujo? Puesto que no fue en conversación privada, no son estos los únicos oídos que le oyeron proclamar en cierta ocasión: "Ya era hora, ya era hora de que los hijos de los ricos vinieran al Seminario". Palabras que ni la exégesis más piadosa podría entender como un requiebro a "la hermana pobreza".

¿De dónde saca Morán que fue "un pésimo estudiante"? En el Seminario destacó enseguida y en la Facultad de Letras se metió en el bolsillo a los profesores que marcaban tendencia; datos compatibles con una aureola de superficialidad y una fama consolidada de culo de mal asiento. Más se acerca Morán a la verdad cuando afirma que su obra publicada "cabe en un folleto". "Autor de prólogos", el sarcasmo que Cela destina al duque de Alba, casi le vendría grande a GC en el momento de su ingreso en la Academia. Pero, ojo, Garcilaso debe la gloria a obra póstuma. ¿Si la posteridad descubre que GC trabajó, cual oficiosa abeja, en la secreta colmena del silencio? Tardía revelación, en cualquier caso, para cuantos entre tanto hayan pensado que a GC le enmudeció la lira, más que de asuntos falta, estupefacta de oírle comparar un día la torre de la Catedral con "una inmensa panoya".

El flamante Víctor apacentó sus vacas gordas bajo la égida de don Segundo, un obispo del que se decía que lo había nombrado "la Franca" (denominación de origen para doña Carmen Polo). En la plaza de la Escandalera montó un Secretariado Diocesano de Información desde el que ejercía de portavoz episcopal "urbi et orbi"; puso en marcha "Esta Hora"; consiguió incluso que el nuncio colocara la primera piedra de la Casa Sacerdotal en una finca que, al parecer, no pertenecía a la Iglesia (de hecho, la casa se edificó años después en un solar distinto). Fundó nada menos que la Cátedra Pío XII. En el aula apenas cabía una docena de sillas, pero por allí pasó gente importante (de eso se trataba), como Ruiz-Giménez. Ésta debió de ser la época en que G. Morán se recuerda deambulando por Vetusta "en pantalón corto, mientras De la Concha era ya el factótum de la Catedral".

Se fue don Segundo y vino Tarancón: eclipse parcial de la estrella de un Víctor omnipresente, que desaparece por el foro. Entre los estudiantes de Teología circuló entonces este chascarrillo: "¿Sabes por qué se fue Víctor a Roma a estudiar Moral? Porque se la comió Tarancón". La cosa con Tarancón había empezado bajo los peores augurios. Cuando el Arzobispo hacía su primera entrada en la Catedral, al secretario diocesano de información, subido al púlpito para retransmitir el evento, no le funcionaba el micro. Y entre el público, un cura venido de la aldea preguntaba señalando al portavoz afónico: "¿Ése es el famoso Víctor de la Cáscara?". GC nunca fue un factótum en la Catedral; el único día que allí pudo pintar algo le falló el micrófono. Para entonces, Morán ya habría pasado de los cortos al bombacho.

Que haya sido "jefe del Frente de Juventudes en Oviedo", Morán sabrá con qué fundamento lo afirma. Se movía, desde luego, como pez en el agua en los remansados estuarios del Movimiento. Eso lo vio toda Vetusta, lo que no le impedirá disponer en adelante de crédito democrático ilimitado, gracias a la visa oro para progres de toda la vida. Un experto de tantos en reciclar al perfecto un pretérito un tanto imperfecto (para utilizar la feliz fórmula de un amigo común que no me permitiré citar). Si con estos fragmentos del recuerdo se puede abocetar, sin caricatura, un talante, estaríamos ante un relaciones públicas hiperactivo, con un sentido muy certero de la oportunidad; un talento cierto de gestor mediático. Ni oprobio ni grandeza: un joven con prisa que iba a lo suyo. En la maratón de la hoguera de las vanidades. A distancia del campeón.

Parar la publicación de ese libro fue tal vez la primera y la única gran metedura de pata del ilustre académico. La Academia y el "Cervantes" son entes de Estado. Esa colaboración tan eficaz del director con una editorial pide luz y taquígrafos (más de uno estará sospechando que ahí se esconde el auténtico vellocino de oro). Entramos en "tiempos recios" donde cada palo tendrá que aguantar su vela sin fueros ni aforamientos. El joven y prometedor humanista Ulrich von Hutten había sido un ferviente erasmista; cuando, despechado porque el idolatrado maestro no se unía a la Reforma, difundió contra él un venenoso panfleto. El pacientísimo Erasmo salió por una vez de su reserva y limpióse de las acusaciones publicando "Spongia adversus aspergines" ("Esponja contra las salpicaduras"). Publicando. No tirando de los hilos entre bastidores.

Ramón Alonso Nieda,

Arriondas

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