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A vueltas con los perros

29 de Diciembre del 2014 - Adolfo Venta Martínez (Gijón)

Suscribo plenamente el artículo de don Enrique Sancho "La ciudad y los perros" aparecido en la edición de este periódico del día 15 de diciembre pasado.

Suscribo, como digo, en su totalidad su contenido. Y eso es la finalidad de la presente, pero yo le añadiría más.

De joven hice una vez una traducción del latín que, en sentido libre, decía así:

"Al ver César en Roma gentes adineradas extranjeras que llevaban en el cuello crías de perros y monos dispensándoles muestras de cariño, preguntó si en los países de origen de aquellas gentes las mujeres no parían niños, asombrado de ver cómo dispensaban a los animales el amor sólo reservado para los hombres".

Efectivamente, en Gijón hay muchos perros. Yo viajo poco, pero en ningún sitio he visto tantos perros como en Gijón. Con los perros pasa como con los eucaliptos. Se importó como árbol ornamental y ahora estas plantaciones tan extensas no resultan tan ornamentales (conste que soy defensor del eucalipto). Igual que con los gallos. La belleza de un gallo nada tiene que ver con una granja avícola pestilente con miles y miles de pollos enjaulados. Y es que lo poco agrada y lo mucho enfada.

El colmo de la frivolidad fue un cotilleo que hace escaso tiempo escuché de dos señoras que paseaban de mañana a sus perritos y, refiriéndose a una amiga de ambas, decía una a la otra: "¡Sí, mujer, es una pena, le dijo el médico que no podía tener hijos, pero, bueno, tienen dos perrinos...!".

Conversaba con un amigo en el paseo de Begoña y me dice: "Ay, ¿cómo es que viene un olor tan malo aquí?". "Claro, estamos al lado de una papelera", le dije. "¿Y eso qué tiene que ver?". "Pues que está llena de cagadas de perros". "¡Ah, ahora comprendo!". Y es que las papeleras se usan de excrementeras de perros para escarnio de los empleados del servicio de limpiezas. Yo fui a tirar un papel a una y me salió un montón de moscas que, sin duda, estaban libando en los excrementos.

¿Y qué decir de las meadas? En este caso hay que ser sexista y referirse a las meadas de perros machos, porque son los que alzan la patita y mean la rueda del automóvil (que no sé por qué tanto les gusta), o la pared de tu casa, o el escaparate del negocio, o el peldaño del portal, o la propia cerradura del suelo de la puerta de la calle, de modo que cuando vas a abrir o cerrar tienes que meter la mano o al menos la llave en la meada. Además, el servicio público de limpieza no limpia espacios particulares como son éstos.

El tema de los excrementos podría aliviarse si además de recogerlos, se prohibiese tirarlos en papeleras o contenedores de basura. Deberían llevarse a casa y allí evacuarlos por la red de alcantarillado. Conozco a personas que sacan al perro una sola vez al día a defecar. Es un trato imperruno, pero acostumbran al animal y el pobre aguanta. Por eso a veces uno ve una montaña de excremento propia de un mastín de 80 kilos, que dejó un pequeño caniche.

Lo de las meadas es más complicado. Durante el mandato de la alcaldesa Paz Fernández Felgueroso se habló de establecer algunos puntos "pipí-can", donde los perros fuesen a orinar, pero la idea no prosperó. Ya se sabe, el perro mea más por marcar territorio que por ganas de mear.

Lo que hay que hacer, además de lo que don Enrique Sancho propone, es poner un impuesto por tenencia de estos animales. Esto es de suma necesidad, solucionaría algunos problemas y aliviaría otros.

Con motivo de la aprobación de la ordenanza municipal de protección de la convivencia ciudadana y prevención de actuaciones antisociales, llamada "ordenanza del botellón", envié una alegación diciendo que no concebía que a un humano en apuros se le multase por orinar en un sitio apartado y apropiado y por el contrario se permitiese orinar a los perros en toda clase de lugares. Es dar peor trato a quien es de mejor condición. La respuesta a mi alegación fue que el tema de los perros era propio de otra ordenanza, la de animales de compañía, y no de la del botellón, pero lo cierto es que en esta otra ordenanza nada se actuó.

El perro es un animal de campo, no de vivienda en piso de ciudad. Hay personas que necesitan de un perro y no tienen campo y no queda más remedio, por tanto, que sacrificar al animal a que viva en un piso. Pero hay otras que incluso teniendo campo los mantienen encerrados en un piso en la ciudad por mera frivolidad y esto ya es pasarse. Pero la guinda del pastel está cuando dicen que aman a los animales en vez de reconocer que los explotan.

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