Maldición

30 de Diciembre del 2014 - Marino Iglesias Pidal (Gijón)

Hace un tiempo que hacía con cierta asiduidad lo que en este momento hago, escribir una carta al director, y cada vez me sentía como un niño tonto con un berrinche estúpido e infructuoso, pero me entretenía mientras escribía, esa era la autojustificación para hacerlo. Hasta que ni eso. Entonces dejé de escribir, salvo una vez al año, en que hacerlo es algo así como un arco reflejo fisiológico. Podría compararse con el ansia de respirar cuando estás a punto de ahogarte, o respiras o mueres. Esta excepción tiene lugar en el momento en que el Gobierno anuncia el aumento de las pensiones, con el agravante, para mí, de que suelen hacerlo utilizando la media, de la que yo, para más inri quedo muy lejos, este año mi aumento será de1,5 euros al mes. Escribo esta cantidad y siento como si además de taparme la nariz y la boca tuviera unas ganas inaplazables de ir al baño y me hubieran tapado también las cañerías que alivian la vejiga y el intestino. Y entonces maldigo, sin discriminar, no sólo a los políticos, como se podría pensar, no, qué va, maldigo al ser humano. Porque lo seres humanos están todos cortados por el mismo patrón, se diferencian únicamente por el papel que les asigna el guión, escrito por ellos mismos, de esta basura de película que, para la mayoría, es la vida. Jack Nicholson era un malo malísimo en El Resplandor y un bueno buenísimo en Mejor Imposible. Es el mismo actor, nada más cambia el papel que interpreta. La misma persona es, según su circunstancia, un bendito cuando tiene que aguantar abajo y un cabrón más cabrón a medida que sube en el escalafón.

A ese desahuciado, padre de familia numerosa que se queda sin techo, sin trabajo, que es la honestidad y bondad hecha hombre al que desearíamos poder ayudar, denle un puesto político desde el que pueda cortar el bacalao y verán en lo que se convierte y lo que desearíamos para él.

La huevonada de siempre, excepciones las hay, pero, evidentemente, son tan pocas tan pocas que no tienen ningún peso específico en el diseño de trágica perrería de esta sociedad. Y para seguir, que, viendo el vaso medio lleno, no deja de ser un alivio a la hora de aceptar el previo a la incineración como una liberación.

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