Noemí era única
Casi cinco años han pasado desde entonces. Como siempre se dijo, estas fiestas son un momento muy esperado por toda la familia, para reunirse y celebrar juntos unos días diferentes. Por primera vez este año en la mesa del comedor de Laviana, no pudo estar mi madre, pero tampoco mis abuelos. Cuando faltan gran parte de tus seres queridos todo cambia, piensas en muchas cosas pero también valoras muchas otras. Te preguntas el cómo puede cambiar todo en tan poco tiempo, de la noche a la mañana, la vida es así. Quizás la noticia que acabo de recibir hace escasas horas me ha dado el empujón necesario para terminar una carta que llevaba tiempo planificando, aunque lo haga un poco tarde.
En primer lugar, quisiera decir que mi madre era una mujer encantadora, elegante, presumida, alegre, amante de su trabajo pero sobretodo de su familia. La salud y bienestar de mis abuelos era llevada al milímetro, y la preocupación por el resto de integrantes de su familia era constante. Puede que una de las cosas que Noemí heredase de mi abuela era el saber sufrir, el aguantar hasta el final. Vivía la vida con intensidad, con energía como ella me inculcaba, nunca hacia las cosas con desgana, era como un terremoto en plena ciudad. Como toda madre se preocupa por su hijo, ella me cuidaba en todo, no se le escapaba ningún detalle tanto en comida (cocinaba de maravilla), deporte, modales, estudios. Sus consejos eran mis grandes pilares, sus mimos, su forma de reñirme que era directa y corta pero que me levantaba el orgullo por las nubes. Una de las cosas que más echo de menos es ir a mirar escaparates, o también acompañarla algunas veces a hacer las compras de cada día por el barrio de Muñoz Degraín-González Besada. Por estas fechas, salir a por los regalos de Navidad era en otras palabras una jornada larga pero más que amena. Ir precisamente ahora en vacaciones y entrar hasta la cocina, como quien dice, de una consulta del oculista o al dermatólogo sin pedir cita, era una de los privilegios que daba tener a una madre enfermera y muy querida en el hospital Valle del Nalón. Por otro lado, mi madre llevaba el ritmo en la sangre, le encantaba salir a bailar y sobre todo hacer bailar a mi padre que no es que tuviese un don divino para ello. Muchas son las historias contadas, demasiadas anécdotas. Ir a tomar el vermú por la Pola o un vino por Oviedo, comer los domingos en algún restaurante de la capital era otro de sus gustos. Nuestros veranos en Llanes, los viajes anuales a las islas Canarias y a su querida Lanzarote. Lo tenía todo, personalmente creo que era la mujer perfecta.
Pero un 12 de junio de 2010 se fue, se marchó sin decir adiós. Una enfermedad contra la que había luchado durante casi un año había podido con ella. A menudo pienso en toda la cantidad de gente que acudió a su funeral una tarde de primavera, me acuerdo de todos aquellos que de una forma nos distéis vuestro apoyo esos días Pero sobre todo recuerdo a un hospital que quería a mi madre, compañeros y compañeras, amigos y amigas. Mucha gente estuvo con ella desde el primer día en el que conoció en persona a la palabra cáncer, a quienes estaré eternamente agradecido. Es quizás de las cosas de las que más me enorgullezco, sus grandes amistades. Haber estado 17 años a su lado, en lo bueno y en lo malo, fue un privilegio que creo que me ha hecho cambiar en muchas cosas. Espero que el tiempo me haga estar a su altura.
Como dice el dicho madre solo hay una, pero yo os digo que Noemí era única.
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