La caridad, enemiga de la justicia
Fue un acierto incluir la caridad entre las virtudes teologales o divinas, y la justicia entre las cardinales o humanas; de forma que, en ámbitos separados, era difícil que un día llegaran a competir, pues cada una mandaba en su propio reino. Es lo que aún pasaba en España en el primer tercio del siglo XX, cuando, habiendo modestas pensiones de jubilación para funcionarios, no las había para jornaleros, quienes sólo disponían de médico, practicante y escuela en su pueblo o comarca, y de un hospital de la beneficencia en la ciudad; allí se les ingresaba no tanto para curarse como para bien morir. Eran los años del proletariado.
La caridad se centraba en que las familias pudientes del pueblo dieran comida, y un pajar donde dormir, a los pobres vergonzantes e itinerantes, saltándose la prohibición de mendicidad; al llegar a viejos, se alojaban en casa de un hijo, si éste quería y podía; pero si no, iban a la Santa Casa Misericordia, si la había, o a un hospital fin de trayecto.
Sé de un caso, infrecuente, que me es próximo, en que el amo, para quien su mayoral había trabajado toda su vida, le cuidó en su casa hasta el final, tratándole sus hijos como abuelo.
A partir de la República y del Estado nacional, con la ampliación de la Seguridad Social, desde mediados hasta finales de siglo, las cosas mejoraron en España para muchos trabajadores, con pensión, paro y sanidad, iniciándose el llamado Estado del bienestar, ahora en retreta. Hoy son los tiempos del abuelo pensionista, sostén de una prole sin recursos.
A principios de este siglo el Estado mengua, mientras crece la mala gestión del erario y de la hacienda, así como el poder de las transnacionales, con privatización, a precio de favor, de empresas saneadas; y se destapa la mal llamada crisis, con sus recortes sociales y sus crecientes desigualdades entre banqueros "indemnizados" y despedidos por un ERE.
En proporción inversa a la caída del gasto público social, crecen las ONG, con o sin ánimo de lucro, las actividades "solidarias", los mecenazgos y fundaciones que pudieran así realizar compensaciones ocultas, dando hoy con una mano lo que ayer u hoy afanaran con la otra. Y las esforzadas cocinas económicas y los bancos de alimentos excedentarios.
En suma, una deficiente justicia social de la que hablan la ética, la Constitución y hasta las encíclicas (de 1891 y 1991) está siendo mal suplida por una caridad no siempre desinteresada que, convertida en virtud cardinal, se toma en la vicaría pobre de una pobre justicia, para paliar mínimamente, y disimular, la insuficiencia de ésta.
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