Los anticuerpos del sistema
Que el cacique se dé una vuelta por sus pagos en vísperas de elecciones para advertir al personal de lo que puede suceder si no ganan los suyos parece un polvoriento asunto el pasado, relacionado con novelas de Galdós o anécdotas del conde de Romanones.
Sin embargo, el poder financiero internacional, con sus valiosas herramientas mediáticas, está haciendo eso mismo hoy, ahora, delante de nuestras atribuladas narices, sin pudor. La democracia dista mucho de ser un sistema perfecto, pero es lo que tenemos. Quizás sea una ventana que da a un falso decorado que parece el cielo y las nubes. Pero aun ateniéndose los ciudadanos a esas prescripciones, parece que al poder no le sirve siempre, ya que cualquier fisura por la que se cuele la discrepancia tiende a ser obstruida.
Hoy, como ayer, son fundamentales para ese propósito la ignorancia y el asentimiento sumiso de muchos. Sin una actitud crítica, la sociedad está irremediable y merecidamente perdida, y se convierte en una simple materia manipulable. Para ese poder que tanto empeño pone en salvarnos de nosotros mismos somos valiosos en tanto y cuanto acatamos sus dictados; de otra forma nos convertimos en peligrosos disidentes sediciosos.
Que el mundo no va del todo bien es un hecho. Que siguiendo las normas del juego impuestas una mayoría ciudadana se decante por otras opciones es, desde cualquier punto de vista, legítimo. Que, observando esas reglas establecidas, tenemos derecho a equivocarnos es un asunto de capital importancia y un derecho irrenunciable. Que los caciques cambiaron de aspecto pero no de intenciones es una desafortunada realidad.
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