Relamerse en la autocomplacencia
En una sociedad democrática no debe de extrañar que, cuando hay un porcentaje considerable de la población viviendo en situación de gran dificultad y se llevan a cabo recortes presupuestarios en sectores elementales para el bienestar social, surjan reproches y debates públicos en torno a la conveniencia de destinar recursos de los contribuyentes a pagar costosos retratos de transitorias figuras políticas. Sin embargo, teniendo en cuenta el cada vez más extendido y desbordado afán por hacerse autofotos o selfies, uno llega a preguntase cuántas personas posarían encantadas ante un famoso pintor en el caso de ostentar cargos políticos de relevancia, llegando a olvidar u obviar críticas y pasando a relamerse en la vanidad y autocomplacencia. Y, bien sea debido a una cuestión de narcisismo, de deseo de protagonismo o de simple seguimiento de una moda, parece que los millones de fotografías subidas a diario en las redes sociales quedarán cubiertas por el manto del tiempo. Porque, guste más o menos, la mayor parte de los humanos pasamos al olvido tras dos o tres generaciones después de haber hecho el último selfie.
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