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Mester de clerecía

16 de Enero del 2015 - Ramón Alonso Nieda (Arriondas)

No es bueno que el hombre esté solo. Lo dice Dios en el Génesis. Sin embargo, a don Luis, cura jubilado (en seguida verán que es un decir) lo tienen solo. Cerca de la Catedral. En un cuarto piso, sin ascensor y sin calefacción. Con seiscientos y pico euros de pensión, de los que detrae sesenta para Sanitas (no le pongan tilde, por favor, que no se ponen en latín). Menos mal que don Luis sólo tiene noventa y un años y, para subir escaleras, le sobra el fuelle que siempre le faltó para trepar. Curas hay que toda la vida hicieron lo que les dio la santa gana y los emperifollan de honores y fajines; que cuando se ponen guapos parecen la xata de la rifa. A los mejores, zas, una patada en el trasero con doscientos días de indulgencia en la forma acostumbrada.

No acudiría uno a verter estas miserias en el contenedor de LA NUEVA ESPAÑA si la web del Arzobispado ofreciera un buzón de reclamaciones o de sugerencias donde depositar, para reciclaje, un saquito de perplejidades o los vidrios rotos de preguntas y protestas. Poco tratado tenía un servidor a don Luis, pero un día de atrás quedamos para tomar un caldo que nos supo a gloria en una de estas mañanas escarchadas. Si no fuera un regusto ácido que dejó en el mío la injusticia obtusa perpetrada con este hombre sabio y generoso. Vivió como un vendaval a impulsos de sus afanes misioneros; sin cálculos y sin fronteras. Y ahí lo dejan tirado. Como una barca olvidada que se vaya hundiendo en la arena. Ni sus archivos interesan.

No pedía el hombre gran cosa. Echar una mano en una parroquia del entorno; atender a una comunidad de monjas. ¿No es inmensa la viña del Señor? ¿No se encuentra en barbecho lastimoso por falta de operarios? Se contentaba don Luis con una parcelina; cuatro cepas que atender en la poda y el tempero. Nada, nada; tú descansa. Al privar a un cura de ese contexto mínimo, lo privan de la razón última hasta de celebrar misa. ¿No es la eucaristía partir el pan para repartirlo? ¿Qué sentido tiene que lo parta para comérselo él solito? Sutilezas teológicas que les resbalan a esos paramecios de cultivo que parecen aunar la sensibilidad de la ameba con la fatuidad del pavo. Vete a pedir peras de justicia o caridad a unos olmos huecos que desconocen el respeto.

El día de Nochebuena, de mañana, subió don Luis a un autobús, que le llevara al pueblo, a cien kilómetros. Al encuentro de afectos y recuerdos (Dónde volveremos a tomar el caldo, ahora que cerraron Gran Taberna). Por suerte, el despacho y la habitación de don Luis dan al Sur; sus ventanas se abren sobre uno de esos milagrosos jardines interiores que sobreviven en el vientre de hormigón de este Oviedo sin gorriones. Allí abajo, en primavera, cantarán para don Luis los pájaros. La naturaleza, en su tierna (Camus) o dura (Zweig) indiferencia, parece tener más corazón que la curia con sus curas veteranos.

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