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Paris, je t'aime... moi non plus

9 de Enero del 2015 - Julio Luis Bueno de las Heras (Oviedo)

¿Quién no ha sentido una mezcla de suficiencia y conmiseración al tener noticia de los remedios que antaño se utilizaban frente a minusvalías, enfermedades y lesiones que sufrían nuestros antepasados? Rituales de milagrería y brujería, pócimas, emplastes de estercolero, hierros candentes, sangrías, amputaciones y demás salvajadas inútiles, contraproducentes o más letales aun que el mal que pretendían paliar, eran aplicadas con alucinación, ingenuidad o impostura, con limitaciones y carencias que el paso del tiempo, la experiencia y la acumulación de conocimiento racional y sistemática científica nos permite presuntuosamente calificar ahora de ignorancia y primitivismo. Mal pueden las liturgias y los hechizos con las neuropatías, de poco sirven lavativas y sanguijuelas con bacterias y virus, mal pueden los antibióticos con neoplasias y metástasis, poco consigue la cirugía con los avatares genéticos. Y así sucesivamente, iremos aprendiendo y avanzando hasta que descubramos cómo ser dioses y acabar de una vez con la tragicomedia del valle de lágrimas.

De la misma forma, en la larga, penosa y frecuentemente estéril historia de los conflictos humanos, lejos quedan ya paladines, torneos y duelos singulares, las vistosas batallas en orden cerrado, los códigos de honor, las supuestas artes de la guerra caliente y los equilibrios para dirimir en el terreno del cambio de cromos las amenazas proporcionadas y contrapesadas de la guerra fría. Unas civilizaciones entran en crisis de decrepitud ocasional o crepuscular cuando se vuelven blandas y asustadizas incluso para defenderse ejerciendo la fuerza con la razón y mesura del justo. Cuando no se entiende otra cosa que de economía y mercadotecnia, se necesita externalizar la propia defensa en nuevas formas mercenarias. Se llama terrorismo (mamá-coco-nene-pupa) a lo que los duros y fanáticos entienden como guerras santas para imponer por la fuerza de la sinrazón otras formas de supervivencia en la evolución de las especies. Se cree que ese terrorismo es cuestión de dinero para comprar armas y de salvajes que matan por dinero.

Nuevos tiempos y nuevas formas de violencia, nuevas formas de defensa. ¿O no?

Porque para quienes no tienen ideología, tienen la conciencia adormecida o la voluntad y el vigor carcomidos por lo que antes se llamaba cobardía, luego molicie y ahora se disfraza de adogmatismo y tolerancia existe una incapacidad absoluta para configurar nuevas formas de analítica, diagnosis y terapéutica ante las ya consolidadas formas de violencia indiscriminada o selectiva como las que venimos viendo y padeciendo en las últimas cuatro décadas. Eso suponiendo que creamos que hay escalas de dignidad y valor intrínseco entre las formas de coexistencia. Eso, claro está, suponiendo que creamos que hay formas de civilización que merecen ser defendidas. Eso suponiendo también que creamos que nuestra forma de civilización merece ser defendida no frente a otras civilizaciones, sino frente a la barbarie. Eso suponiendo que creamos que hay amenazas y una diferencia sustancial y tangible entre amenazadores y amenazados, entre inocentes y culpables. Eso suponiendo que se prefiera ganar el derecho a caminar de pie, sea con el brazo o con el puño en alto, que sobrevivir con bragas y calzones en bajo, tratando de pasar desapercibidos o pagando tributos o protección o impuestos revolucionarios.

Como decimos los cursis, que el reciente holocausto de nuestros compatriotas franceses sirva, al menos, para abrirnos un poco más los ojos. Para que veamos dónde estamos, de dónde venimos, dónde vamos y adónde queremos ir. Para que seamos halcones, palomas o babosas, pero con plena conciencia de nuestra opción y de nuestro estatus.

Julio L. Bueno de las Heras

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