A tu querido Pigüeña
Se dice que lo que uno siembra a lo largo de su vida serán los frutos que recoja en un futuro; que recibes lo que das y que las personas auténticas, las que merecen la pena, siempre vivirán en tu corazón.
Hace muchos años, una maestra me hablaba de Pigüeña, un pueblo de Somiedo, en el que había trabajado hacía muchos años, pero recordaba con gran cariño.
Me hablaba de un tiempo en el que la vida no era fácil, pero en el que los valores tales como respeto, obediencia, generosidad, empatía, altruismo, ayuda, amor estaban muy presentes.
Me hablaba de que sus neños y neñas ya habían crecido y hacía pocos años le ofrecían sus respetos en una comida homenaje y que seguía en contacto con la mayoría de ellos, y lo contaba muy emocionada, enseñándome fotos.
Hace un par de años, cuando a esta maestra le empezaban a fallar las fuerzas, volvió a pisar su querido pueblo y pude ser testigo de cómo la felicidad inundaba su cara reencontrándose con parte de sus neñas, con los restos de su escuela, con las casas y caminos, y cómo los recuerdos volvían a aflorar en su delicada memoria.
Han pasado unos años y vuestra maestra, mi madrina, ya nos ha abandonado. En mi memoria no paran de sucederse las imágenes de vuestras caras de respeto, de cariño, de pena, de lágrimas, de historias de un pasado desconocido para mí, de vuestra gratitud hacia ella, de esas rosas que la acompañaron cerca de su corazón hasta el último adiós, de vuestro amor hacia ella. Qué alegría y paz me habéis transmitido, no os imagináis cuánto, al ver cómo ha recogido con creces todos esos valores que ella supo tan bien sembrar y cultivar.
Y como ella me enseñó, hay que respetar y ser agradecida.
Eternamente agradecida os estoy, alumnos de la maestra Josefina de Pigüeña; a vuestra entera disposición, tal y como ella estuvo para vosotros y vosotros habéis estado para ella con vuestro amor.
Siempre en el recuerdo y en el corazón.
Vanesa Suárez Suárez
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