De culetes y virus
Llega otra de las mil plagas de estos tiempos, otro azote de pecadores y militantes del desenfreno báquico: la gripe A. ¡Manténgase vigilante el lector pues podría estar bebiendo sidra con un sujeto infectado! Hasta ahora pudo ser su padre, su madre, su amigo o su médico de cabecera con quien compartía barra en el chigre, ahora es un potencial portador del virus, un sujeto sospechoso por estornudar, toser o hablar lanzando «perdigones». Desconfíe de la novia, esposa o amante si le habla demasiado cerca del rostro. No de pie a cuitas, ni secretos al oído y deshágase inmediatamente del pesado de turno cuyo húmedo resuello alcanza su mejilla. ¡Son todos sospechosos! Especialmente quienes frecuentan chigres y sidrerías. ¡Y bajo ningún concepto comparta el vaso de sidra con ellos! Sin exagerar demasiado, ésa es la visión que se nos viene trasladando en los últimos días sobre las precauciones a extremar en estos momentos de pandemia. Fíjese el amable lector que los mayores daños colaterales que se anuncian son el posible retraso del inicio del curso escolar y la recomendación de no compartir el vaso de sidra en Asturias. Si no fuera por la existencia de enfermos reales, afectados por la gripe A, y algunos fallecidos a consecuencia de dicha dolencia (10 de 15.000 enfermos), algunas de las reacciones ante el virus rozarían la auténtica paranoia colectiva. Cierto es que lo primero es la salud, pero miedo me da cuando se centran este tipo de debates en lo meramente anecdótico.
Algún médico y desde el propio Ministerio de Sanidad han alertado estos días sobre los peligros de compartir vasos de sidra, mientras la Consejería de Salud del Principado de Asturias asevera que la vía digestiva no permite el contagio, ya que «al beber y tragar no hay ninguna posibilidad de contagio». Convendría clarificar dichos extremos y verificar si ambas posturas son compatibles, al a vez que tratar de no elevar a categoría lo simplemente anecdótico.
Sinceramente, creo que este tipo de peligros no se cuestionan en los mostradores repletos de apetitosos pinchos en el casco viejo de San Sebastián, expuestos al público sin protección alguna contra estornudos ajenos. Como no tendrá mayor trascendencia el asunto en el Festival de la Cerveza de Múnich, donde seguirá exportándose la imagen de las camareras bávaras, tosan o no, acarreando grandes jarras de cerveza al calor de sus rotundos senos. Allí las tradiciones, sean mejores o peores, no se cuestionan con tanta frecuencia. Ya se sabe, en Asturias cuando nos da por ejercer de europeos siempre es con un reglamento o una directiva en la mano, cuanto más coercitiva mejor, para eso adelantamos al resto de la Vieja Europa «por el arcén» si hace falta.
Subtítulo: Si nos preocupa el compartir el vaso de sidra, ¿deberíamos preocuparnos por compartir teclado de ordenador en una oficina, sistemas de climatización en los nuevos edificios inteligentes o asideros y aire que respirar en los transportes públicos?
Destacado: En Asturias cuando nos da por ejercer de europeos siempre es con un reglamento o una directiva en la mano, cuanto más coercitiva mejor, para eso adelantamos al resto de la Vieja Europa por el arcén si hace falta
Reproduzco textualmente una de las advertencias ante el posible contagio: «Las vías de transmisión son las mismas que en la gripe común: a través de pequeñas gotitas de saliva que se transmiten a través de la tos o del estornudo de la persona enferma a la sana. Por ello, habrás de tener mucho cuidado cuando te relaciones con una persona que pueda estar contagiada y deberás evitar cualquier contacto que pueda conllevar la infección del virus: hablar muy de cerca, dar la mano, dar besos, abrazos, etcétera. También es posible el contagio a través de objetos que puedan estar contagiados, como por ejemplo cubiertos que hayan sido utilizados por una persona que padezca la enfermedad, pañuelos, bolígrafos, etcétera».
Según la información referida, primero habrá que considerar quién pueda estar contagiado, extremo harto difícil para alguien que no ejerce la medicina. A partir de ahí, dejemos volar la imaginación y podremos comprobar cómo la mayoría de actividades y usos cotidianos entrarían en el ámbito de lo sospechoso, siempre y cuando exista un estornudo, una mala tos o los consabidos «perdigones» en jeta ajena. Esto trasladado a espacios públicos de convivencia puede complicarnos la vida hasta límites inimaginables. Si nos preocupa el compartir el vaso de sidra, ¿deberíamos preocuparnos por compartir teclado de ordenador en una oficina, sistemas de climatización en los nuevos edificios «inteligentes» o asideros y aire que respirar en los transportes públicos? ¿Compartiría usted el boli con un funcionario acatarrado? ¿Le daría la mano o un abrazo a un alcalde griposo? Si todos podemos ser objeto de sospecha y casi todas las acciones y ocupaciones comunes son susceptibles de propiciar el contagio, ¿qué nos queda?
Recuerdo con nostalgia cómo todo un colegio, el Auseva cuando estaba ubicado en la ovetense calle Santa Susana, desfilaba a la hora del recreo matutino ante el mostrador de La Boalesa para, uno a uno, beber un vaso de La Casera. Siendo el vaso el mismo, independientemente del número de sedientos colegiales y del sabor elegido por cada uno de ellos. Quienes vivieron aquello supongo que lo recordarán con cierta añoranza y no creo que reparen en disquisiciones higiénico-sanitarias o traumas infantiles insuperables.
Dice José Antonio Norniella, reputado técnico «sicerológico», que la asturiana costumbre de compartir el vaso de sidra «favorece el método social de inmunización activa», aunque entiendo que hay casos en los que el virus ataca desde dentro, desde muy adentro y para ése aún no hay vacuna universal.
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