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¿Se pueden ridiculizar las creencias?

28 de Enero del 2015 - José Ángel Aguirre González (Oviedo)

Tras el brutal asesinato de los dibujantes de “Charlie Hebdo”, he oído todo tipo de condenas de ese execrable crimen (ninguna de los grandes ayatolás islámicos), lo cual me alivia un poco, de entrada. Pero, a continuación, he oído una variedad no menos rica de excusas y pretextos que suponen una enmascarada defensa de los asesinos.

Empezando por los representantes de las organizaciones islámicas “moderadas” de España, que sí condenan el crimen pero añaden que no se debe ridiculizar la figura de Mahoma (¿?), pasando por un editorial en el “Financial Times” de Londres que viene a decir que esta masacre ha sido “provocada” por los caricaturistas franceses, hasta llegar al silencio de casi toda la prensa norteamericana, que se ha negado a reproducir ninguna de esas caricaturas “para no herir la sensibilidad...”.

Es decir, que en estos casos, e imagino que de manera generalizada en el mundo árabe, se viene a decir aquello de que “ellos se lo han buscado”. Del mismo modo que los dibujantes daneses se ganaron “merecidamente” la oleada de ataques contra su país y Salman Rushdie tiene que seguir viviendo bajo al amenaza permanente sobre su vida.

Vamos a ver si nos aclaramos: las comunidades árabes, cada vez más numerosas y combativas, que viven en los países europeos o en los Estados Unidos, traen con ellos gran parte de su cultura y, en la mayoría de los casos, su religión, muy distinta de las que, mayoritariamente, se practican en Occidente. Se les permite practicar libremente su religión, se les permite construir sus mezquitas, y, sin embargo, no aceptan que nadie se muestre públicamente opuesto a los símbolos de su fe.

Vienen de unos países en los que su religión es prácticamente incuestionable, y menos aún, criticable. E intentan lograr que ese mismo “respeto absoluto a sus creencias” se imponga en nuestros países, en los que llevamos ya más de doscientos años criticando a las diferentes religiones y a sus representantes, y apartándolas (no sin un denodado y continuado esfuerzo) de su antigua posición de poder e intransigencia.

Es decir, estos fanáticos religiosos recién llegados a nuestras sociedades laicas nos quieren retrotraer al siglo XVI, a la época de la Inquisición y las guerras de religión. Pretenden que la religión vuelve a ser el eje sobre el que se basen la moral y el comportamiento de todos los ciudadanos. Ignoran que en la vieja Europa ya hemos disfrutado de la época de las luces y del humanismo, ya hemos separado los largos tentáculos de la Iglesia del Estado (en España aún estamos en ello) y vivimos en una sociedad laica en la que cada cual es libre de practicar alguna religión o ninguna, y el derecho de crítica (por más satírica que ésta sea) está reconocido en nuestras leyes.

Está claro que ellos no lo entienden, y no tienen, además, el menor interés en hacerlo. Claro que no es igual el grado de fanatismo de todos los musulmanes, pero de lo que no queda ninguna duda es de que las corrientes más extremistas son las que se han impuesto, y los más moderados no se atreven a hablar u objetar: les va la vida en ello.

Las guerras impulsadas por todos estos fanáticos en Afganistán, Irak, Siria, Libia, Líbano, Palestina... y financiadas muchas veces por los estados árabes más reaccionarios (Irán, Arabia Saudí, Emiratos Árabes y otros) están formando un arco espectral en torno a Europa. Se los ha combatido y se los sigue combatiendo en esos países, pero nada parece poder acabar con ellos.

Así que la amenaza que sufre directamente Europa, y en un plano más alejado América, se vuelve cada día más real. Y España e Italia son los países más próximos a esa amenaza. Hasta ahora han llegado y siguen llegando miles de inmigrantes árabes (musulmanes) a Europa; centenares de miles antes de la crisis y desde que las fronteras se cerraron, decenas de miles lo han intentado y lo siguen intentando ilegalmente (miles de ellos han perdido la vida en el intento).

No es difícil imaginar que si las cosas siguen empeorando, dentro de no mucho tiempo tendremos las primeras embarcaciones que llegarán a nuestras costas trayendo no frágiles inmigrantes, sino determinados combatientes que intentarán (con el apoyo de los más fanáticos que ya residen entre nosotros) ocupar nuestras ciudades y pueblos y establecer el califato islámico en lo que, hace siglos, fueron sus territorios.

¿Que eso es ciencia ficción? ¿Quién imaginaba, hace algunos años que todo el esfuerzo de los países aliados iban a resultar inútiles para desterrar el abyecto régimen de los talibanes en Afganistán? Hoy, esos fanáticos están a punto de volver a establecer su régimen en el país y han colaborado la extensión de la yihad en otros países vecinos, especialmente en Pakistán.

Así pues, volviendo a los asesinatos de París, estamos sufriendo ya los primeros embates de esta invasión. Acabar con la posibilidad de poner en ridículo sus absurdas creencias es uno de sus primeros objetivos. Una vez que hayan logrado acabar con los más críticos, que hayan logrado silenciar a los medios de comunicación, el terreno quedará preparado para iniciar la segunda fase de su invasión.

“Mientras Europa duerme” se titula un libro que leí hace algunos meses, que razona mucho mejor de lo que yo pueda hacerlo, ésta tan terrible como cierta amenaza. No podemos ceder un ápice en la lucha contra estos fanáticos asesinos. No basta con capturar a los ejecutores de los periodistas. Hay que impedir que en las mezquitas y escuelas coránicas sigan haciendo apología de la violencia y justificando el asesinato de personas que critican o ridiculizan sus ya de por sí ridículas creencias. O eso, o cada vez serán más feroces y generalizadas sus agresiones.

Llegan a unos países que les dan acogida, vivienda, trabajo y beneficios sociales que ni en sueños podrían disfrutar en aquéllos de los que proceden. Y lo primero que hacen es, en la mayoría de los casos, mantener una relación hostil hacia los países que les han dado acogida, especialmente en todo lo que se refiere a la cuestión religiosa y sexual. No, no se trata de adoptar una actitud xenófoba o islamófoba. Se trata de obligarlos a aceptar nuestras propias normas de convivencia. Si no están de acuerdo con ellas, lo más fácil es fletar unos cuantos barcos para que los devuelvan a sus lugares de origen, en los que puedan vivir (o morir) de acuerdo con sus retrógradas creencias.

José Ángel Aguirre González

Oviedo

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