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La corrupción y los principios

28 de Enero del 2015 - Julio García García (Oviedo)

Es un hecho que se están produciendo numerosos y graves hechos de corrupción entre la clase política.

Esta gravedad aumenta porque muchos de ellos han ocupado altos cargos públicos y, además, en su vida privada gozan de una alta situación profesional y económica.

Por otra parte, no han tenido en cuenta el grave daño, el desprestigio que han ocasionado a los partidos en que militan.

Los partidos de su militancia están obligados a condenar su conducta y, una vez comprobados los hechos, expulsarlos de los mismos.

Pero creo que deben tenerse en cuenta ciertas consideraciones, para que no se desvirtúen los actos corruptos:

En primer lugar, que las personas que realizan actos de corrupción pueden darse y se dan en cualquier partido o institución, pues se trata de faltas de ética personales.

En segundo lugar, que no es justo ni exagerar ni generalizar. Es cierto que son muchos los casos, y graves, como queda dicho; pero si se ponen en relación con los miles de cargos públicos, el porcentaje no es exagerado ya que son muchos los que cumplen con lo que es su deber, y en bastantes casos, con desprendimiento y sacrificio.

En tercer lugar, que no es noble, no es moral, lanzarse implacablemente sobre los partidos en que militan con la insana intención de captar votos.

De esta generalización surgen los oportunistas, que se creen los puros, los redentores y su atractivo sólo se fundamenta en la desilusión que ocasionan los corruptos.

Y lo que resulta difícil de comprender es que las corrupciones personales influyan tanto en el electorado que las encuestas registran un notable descenso en el porcentaje de votos de los partidos con casos de corrupción.

Creo que a los electores, si son consecuentes con sus ideas, lo que debe importarles con los principios políticos, sociales, económicos y morales que defienda un partido, por encima de que en ese partido haya habido algún caso de corrupción.

Lo que importa de un partido es cómo va a gobernar, cómo va a legislar. Pero hay otro tipo de corrupciones, mucho más graves que las personales: son las que podemos llamar institucionales, ideológicas.

Existen programas políticos que son corruptos moralmente, pues en ellos no se respeta ni la ley de Dios revelada, ni las leyes naturales, ni la recta razón.

Esto es consecuencia de que desde que se implantó la democracia partitocrática se viene realizando una eficaz propaganda basada en el relativismo moral y el laicismo militante, con el menosprecio de los valores religiosos y patrióticos, que han hecho que una gran parte de la sociedad, especialmente la juventud, pierda sensibilidad moral. Se ha hecho creer que no existe ni el bien ni el mal en el orden moral, en la conducta. Que eso es relativo, subjetivo, y que cada uno tiene derecho a creer como bueno o como malo lo que a él le parezca y que en el orden público esos valores se determinan por la voluntad de los más. Los votos no sólo deciden sobre cuestiones políticas, sociales o de organización administrativa, sino sobre lo moralmente bueno o malo.

No hay un dios al que deba obedecerse. El dios es el hombre y su voluntad. Lo bueno moralmente es lo útil, lo que interesa.

Y así, con esos principios que son hoy lo “políticamente correcto”, los votos de los más han dicho que destruir los cuerpos de unas criaturas ya engendradas, con vida, es lícito si así lo cree la madre que ordena su ejecución. Y que el matrimonio entre dos personas del mismo sexo es bueno si así lo deciden los votos de la mayoría.

Y así hay menos sensibilidad social para el hecho de que más de cien mil criaturas sean eliminadas anualmente en España por medio del aborto, que ante el padre que abofetea a su hijo.

Por eso los partidos piensan que el remedio contra la corrupción de los políticos está en endurecer las penas y en mejorar los controles de los actos. Es decir, en medidas externas; no tienen en cuenta que es cierto que el hombre es, fundamentalmente, el sistema y que si el hombre falla, el sistema no funciona por muy bien que teóricamente esté formulado, como nos demuestran los hechos. ¿Dónde está, pues, el remedio para los males que esta sociedad padece? Si los males de la corrupción tanto en el orden personal como en de los principios son de orden religioso-moral, el remedio tiene que estar en volver a esos principios. Y eso tiene que hacerse, sobre todo, cambiando el sistema educativo. Si fabricamos jóvenes agnósticos o ateos o despreocupados por los problemas fundamentales del hombre como son: ¿qué soy, de dónde vengo, quién creó el mundo, existe Dios? ¿Existe otra vida después de la muerte? ¿Cuál debe ser mi conducta con los demás? etcétera, las consecuencias serán las que estamos viviendo.

Lo cual significa que la religión debe ser la materia fundamental en la educación.

Y con el respeto a la libertad religiosa que existe, no puede ignorarse que la religión católica es la tradicional de España, es la de la mayoría de los españoles y es la única verdadera, por lo que debe ser especialmente reconocida, respetada y apoyada.

Julio García García, Oviedo

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