El desencanto
Tenemos veintitantos o treinta y pocos años, idiomas y una carrera (¡una por lo menos!). Hicimos aquello que insistentemente nos decían que nos permitiría vivir mejor que nuestros padres y abuelos. Muchos de ellos emplearon demasiado esfuerzo en pagarnos los estudios. Y hoy vemos que no tenemos trabajo y si lo tenemos no podemos vivir de él. Que pasó el tren y nos dejó en tierra, que nadie sabe si habrá otro ni cuándo pasará. Políticamente, la decepción es tanta que no tenemos a quién creer. Algunos apoyamos a Podemos sólo para ver si consiguen desmontar (un poco) esta gran estafa. Izquierda Unida se venía conformando con las migajas del pastel, y ahora que tenían el viento a favor, los de Pablo Iglesias les comen la tostada por no hablar claro y por ser tan acomodadizos. De la derecha en el poder, casi nada sorprende, sabemos que su fin en la vida es hacer dinero caiga quien caiga, pero quién iba a pensar que tanto izquierdista defensor del proletariado iba a utilizar la confianza ciudadana para especular, defraudar y enchufar a amiguetes a diestro y siniestro, jurando para sus adentros que jamás volvería a pasar hambre, como Escarlata O'Hara... Es verdad que se construyó una estructura económica de fichas de dominó, que las administraciones dilapidaron a golpe de contrato fraudulento y obra faraónica con sobrecostes y que nació la "casta" en los años de abundancia. Un abismo entre la riqueza embolsada y la declarada. Pero hasta hace unos años, mientras el agua no llegara al cuello, era más cómodo mirar para otro lado y el que venga detrás, que arree. Y Asturias quedó reducida a una escombrera de paisaje, vacaciones y geriátricos. Ahora nos toca emigrar o heredar la ruina, quizá las dos cosas.
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