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Ruiz de la Peña, también naviego de adopción

23 de Enero del 2015 - Venancio Martínez Suárez

Ya hace un tiempo que recibí del profesor Juan Ignacio Ruiz de la Peña el libro homenaje que ahora se presenta, complementario de algún otro acto de reconocimiento a una de las figuras esenciales de la cultura asturiana de los últimos decenios. El texto, ofrecido en dos volúmenes y con 400 páginas, recoge una colección de 23 trabajos suyos, seleccionados y unidos en una espléndida edición por sus colaboradoras en la cátedra las doctoras Soledad Beltrán y María Álvarez con motivo de su jubilación en la enseñanza universitaria oficial.

La obra titulada "Estudios de Historia Medieval" termina con un escrito admirable en el que el profesor Ruiz de la Peña recrea y sintetiza con viveza y una ejemplar elegancia de estilo sus cuarenta y ocho años de servicio en la Universidad de Oviedo y de entregada labor docente y de investigación. Este capítulo final se titula "Última lección: homenaje a mis maestros", y es una pieza conmovedora, profundamente significativa y amenísima, plena de sabiduría, cuya lectura he recomendado por su sentido didáctico y moral a mis amigos y a los hijos de algunos de mis amigos. En él despliega en apenas quince páginas una eficacísima exposición sobre el significado de la Universidad, de la Historia y de la enseñanza de la Historia; sobre la responsabilidad del profesor universitario de ejercer su labor como aspiración constante hacia la obra bien hecha, sobre el peligro presente en las aulas de las modas y el afán de originalidad, sobre la modestia y la honradez intelectual, sobre el valor de la tradición. Todo ello con el trasfondo, hecho presente de forma hermosísima, del agradecimiento a sus maestros, a sus compañeros, discípulos y alumnos.

Esa última lección, impartida el 13 de mayo de 2011, culminaba una carrera iniciada en 1963 como ayudante de clases prácticas de Historia en la Facultad de Derecho, bajo la dirección del profesor don Ignacio de la Concha. Tras ese primer paso, en 1966 ya se había incorporado –víctima de los encantos de Clío, según sus propias palabras– al departamento de Historia Medieval a petición de don Eloy Benito Ruano, sucesor del gran don Juan Uría en la cátedra de Historia de España. A partir de ese momento emprende una trayectoria llena de reconocimientos y premios. Accede a la cátedra de Historia Medieval en 1983, iniciando en el ejercicio de la misma una intensa tarea investigadora con cuatro líneas de interés preferente: la historia medieval de Asturias, los estudios jacobeos, la historia urbana y la historia del derecho y las instituciones en la Corona de Castilla.

En su largo periplo universitario el profesor Ruiz de la Peña ha dirigido numerosas tesis doctorales, ha impartido un sinfín de cursos, seminarios y conferencias dentro y fuera de nuestro país y ha dejado un nutrido número de discípulos –hoy medievalistas prestigiosos– dispersos en fructífera siembra a lo largo de toda la geografía española. Además, es miembro de número de la Real Academia Asturiana de Jurisprudencia desde 1979, correspondiente de la Nacional de la Historia desde 1988, de la portuguesa de la Historia desde 1998 y miembro de número del Real Instituto de Estudios Asturianos, del que fue elegido director en el período 2008-2013.

Subtítulo: El largo periplo docente de un gran historiador

Destacado: Es un hombre, dicen sus discípulos, cálido y bondadoso, cercano, generoso y accesible, de talante campechano y bienhumorado, irónico y socarrón

En la introducción del libro que hoy se comenta, sus propios discípulos añaden –y lo tomo literalmente– lo que define sus rasgos de más valor: es un hombre, dicen, cálido y bondadoso, cercano, generoso y accesible, de talante campechano y bienhumorado, irónico y socarrón. Además, destacan en él su sempiterno y sano escepticismo, su desprecio hacia la ignorancia osada, su nula complacencia con la frivolidad y la soberbia intelectuales. Señalan a continuación su apasionado amor a los suyos, su terca independencia y su beligerancia cuando se trata de defender lo propio ("lo propio" bien entendido, que es sinónimo de cultura local).

Por todo ello, puede decirse que su condición esencial es la de maestro, que su disposición cotidiana es la del magisterio. Magisterio inteligente; por tanto, magisterio de liviana presencia, tratando de ocultar, no de exhibir, su extraordinaria inteligencia. Tal como él señala al referirse a su mentor y amigo don Juan Uría, Nacho –como le llaman todos sus amigos y compañeros– "no enseña la Historia, la hace sentir; no exhibe conocimientos, comunica vivencias".

Y muy por encima de cualquiera de esas cualidades, todos –alumnos, discípulos y amigos– coincidiremos en que la que mejor define la personalidad del maestro, la que él valora en los demás por encima de cualquier otra, es la lealtad.

Y esa lealtad (la fidelidad a sí mismo y las personas junto a las que ha conformado su idea de la vida) es, creo yo, el principal motivo que le une a la villa de Navia y su comarca, a las que llegó por primera vez en el verano de 1957 acompañando a sus padres y con su hermano Álvaro (Juan Luis, el primogénito, estaba ya entonces en el Seminario), y donde inicia su amistad estival de dos meses durante siete años con algunos naviegos: con Javier Arbesú, con Paco y Bernardo Cabaxo, con Antonio de Macías y con Manolo el de El Café, en cuya casa residía el clan familiar de los Ruiz de la Peña durante sus permanencias en Navia. Meses entrecortados aquellos que eran también de algún ligoteo, de fiestas y verbenas, de música, de paseos, de baños y de comidas en el Castiel o El Sotanillo de Sanzo. Probablemente haya sido su padre, don Luis –que solía tomar café con el mío en la ventana del Martínez– el que haya favorecido la aproximación, el conocimiento y luego la trabazón afectiva y la intercomunicación alegre entre Nacho y Jesús, que se mantendría de forma permanente y con encuentros esporádicos hasta hace 20 años.

Me gustaría añadir que sobre eso es, y yo lo he vivido, un hombre extraordinariamente familiar. Que cuando se le ve acompañado de su esposa, Isabel, se nota que ella ha jugado un papel fundamental en su felicidad. Que se siente orgulloso de sus hijas y que le gusta ser abuelo. Y que todo eso, junto y revuelto entre los días, le daría para una vida plena.

A este "naviego de adopción", como a él le gusta llamarse, debiéramos los que de Navia somos y nos sentimos darle las gracias por esa lealtad a la que es nuestra tierra chica y a sus personas. Y con motivo de este homenaje, todos los asturianos tendríamos que darle las gracias por su generosidad y por la extraordinaria riqueza de su ejemplo.

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