El genial Emilio Suárez
La década de los años 50, del pasado siglo XX, asomaba en el Principado de Asturias. Por aquel entonces una España, todavía con las heridas cercanas y abiertas tras una guerra civil, intentaba dar ese salto que significaría entrar en el progreso, años atrás trágicamente denegado.
En nuestra Asturias, entre otras muchas cosas, deportivamente hablando, aparecería una persona que daría una vuelta de tuerca al concepto de una de las disciplinas desconocidas en nuestro deporte: el tenis de mesa, llamado popularmente «ping-pong». Y es el emprendedor Emilio Suárez.
Temprana vocación la suya, lo que le catapultó, no sin esfuerzo, pero con muchas ganas, a ser jugador de élite en esos primeros años 50, cuando la Federación Asturiana de Tenis de Mesa, ya constituida, estaba presidida por el señor Rasilla. En su afán por superarse a sí mismo y convertir en digna esta especialidad, hermana pequeña del tenis tradicional, fundó el Club de Juventud del Carmelo con la compañía de otros dos brillantes jugadores del momento, como fueron Julio González y Benigno Rico. Este equipo formó parte de la primera Liga Nacional de Primera División que se disputó en España con este deporte.
Los éxitos se sucedieron inmediatamente y años más tarde creó el Club Silka, donde uno de sus mandatarios fue el señor Silvela, ex presidente del Real Oviedo. Histórico equipo que también militó en la máxima categoría, en la que cosechó importantes e impactantes triunfos ante potentes equipos de la época, entre ellos los catalanes Club Ariel, Siete a Nueve, Barcino y Maida, por citar algunos. Aquella formación contó con jugadores de la talla de Julio Rico, los hermanos Morales, Torre y yo, Ramón Menéndez.
Recuerdos imborrables de encuentros deportivos, compañerismo y buen hacer es lo que nos imprimió en nuestras vidas el genial Emilio, que en un fatal golpe del destino nos abandonó para siempre el pasado 15 de agosto. Su figura, su personalidad, profesionalidad e impronta no pasaron desapercibidos para muchos, uno de ellos yo. Gracias a Emilio empecé a entrenar, cultivar la disciplina y jugar al tenis de mesa. Lo que empezó como una afición consiguió, con su entusiasmo, el que te contagiaba, elevarte un poco más y engrandecer este deporte. También, Emilio, la posibilidad de que todos los que empezamos contigo tuviésemos una meta por la que luchar y proseguir el camino que, con tu primer paso en Asturias, hizo salir del anonimato este juego.
Ahora, nos has dicho adiós. En tu despedida quisiéramos decirte tantas cosas. Por tu amistad, a prueba de bomba, y la ambición que pusiste en un proyecto que, yo con el tiempo, dirigí durante unos años, y la consolidación a tus anhelos deportivos. Espéranos en el cielo, amigo mío. Y si algún día escuchamos sonido de palas entre las nubes, pensaremos:
Ahí está nuestro Emilio, jugando un partido en el paraíso. Descansa en paz.
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