Peste en Casu

6 de Febrero del 2015 - José Ramón Suárez Calvo (Gijon)

Hay estos días revuelo en el mundo ganadero casín. El inusual número de vacas con positivo por tuberculosis, con vecinos viendo la cabaña diezmada, números que asustan por su cantidad y sin saber qué hacer ante un problema de esa magnitud. La imposibilidad de vender y comprar en meses aumenta el problema, con la incertidumbre de que al repetir el análisis vuelva a repetirse el resultado y la explotación se vea abocada a su desaparición, produciéndose un desastre del todo irremediable para la única actividad que mantiene a muchas familias en nuestros pueblos.

Ante esta situación, los responsables del sector están mirando para otro lado y dejando a los ganaderos a su suerte. Nadie explica las causas de por qué este incremento de positivos, en algunos casos erróneos, y las medidas para paliar este problema: ni veterinarios ni políticos aciertan a ponerle freno.

En los corros de nuestros pueblos, los que tienen alguna experiencia en esto lo achacan a la fauna salvaje, que crece sin control y comparte pastos y agua con nuestras vacas. Coinciden todos en achacar a tejones y otros mustélidos los vínculos del contagio. La sabiduría popular, adquirida a través de muchos años de observación, cuenta que hay que alejarse de los lugares donde estos animales depositan sus heces. El color amarillento y el olor de azufre eran señal de peligro, y separaban sus reses de allí o simplemente cazaban estas alimañas, por las que les daban buenos dineros por sus pieles. Hoy esto está prohibido y las consecuencias las estamos pagando ahora. Venados y rebecos deambulan moribundos con la piel comida por la sarna. En muchas ocasiones, buscando su último refugio en los portales de los pueblos. Y nos preguntamos ¿nadie ve esto? ¿Nadie va a encarar esta situación como uno de los problemas más serios que tiene el mundo ganadero? ¿Seguiremos mirando para otro lado, como si nada pasase?

Añádanse el problema de las pérdidas por los ataques del lobo, la tardanza en cobrar las indemnizaciones, el abandono de las ayudas por desarrollar su trabajo en un espacio protegido, etcétera, y asistirán a la muerte de toda una cultura rural, abocada a su desaparición porque a los centros de poder parece importarles muy poco.

Los pueblos y sus vecinos ya están hartos de promesas incumplidas. Hartos de que nadie les escuche, cuando es el eslabón primario de lo que llega a nuestras mesas. Las recientes movilizaciones de Orlé y Caleao clamando contra otra forma de hacer política parecen mover algún sillón, pero sólo para acomodarlo mejor. Nadie aporta ninguna solución, porque parece que los votos del mundo rural no entran en las estadísticas.

Algún día pagaremos esto caro, sin duda. Lo que se tardó siglos en modelar, los paisajes que el hombre fue esculpiendo, los senderos, las majadas, los pueblos, todo eso, sin su presencia, desaparecerá y lo que nos quedará serán selvas, artos, sarna, brucelosis y miseria.

Ténganlo presente los que tienen en sus manos la potestad de remediarlo.

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