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Atado y bien atado

10 de Febrero del 2015 - José María Izquierdo Ruiz (Oviedo)

"Atado y bien atado" fue como creyó Francisco Franco haber dejado este país a su muerte, pero quienes realmente lo hicieron fueron su delfín y las Cortes Constituyentes, creando éstas una Constitución que, burla burlando y a través de la creación del Estado de las autonomías, llevaron a este país a una especie de primeros reinos de taifa. Es cierto que los españoles avalaron mayoritariamente la Carta Magna, porque pensaron que les traería nuevas libertades y porque su articulado les garantizaba un Estado del bienestar (Estado social y de derecho, libertad, justicia e igualdad reales, progresividad fiscal, derecho al trabajo, remuneración suficiente para sus necesidades, equitativa distribución de la renta personal y regional; protección de la salud, régimen público de Seguridad Social, vivienda digna, acceso a la función pública de acuerdo con los principios de mérito y capacidad, etcétera). Estos principios constitucionales que con tanta ilusión "se dio" el pueblo español están hoy en franca decadencia y se incumplen notoriamente.

Por el contrario, las autonomías han experimentado un crecimiento desmesurado, tanto en cargos políticos y fiduciarios como en atribuciones normativas que exceden con mucho el espíritu constitucional y que están conduciendo al país a unos segundos reinos de taifa que no hay almohada que los arregle. ¡Atado y bien atado!

En el año 1965 contaba la Diputación de Oviedo con un puñado de diputados y con un funcionariado ajustado a las necesidades, alojados en tres edificios. Hoy el Principado cuenta con 45 diputados y 11 consejerías, alojadas en 11 edificios, más 17 oficinas comarcales, con un total de 600 teléfonos o faxes, etcétera. Sigue habiendo el mismo número de ayuntamientos y la misma Delegación del Gobierno. ¿Excesivo politburó? ¡Qué va! Aún se necesita privatizar y externalizar servicios de altos vuelos, que no siempre funcionan, y crear un consejo asesor y, por un rato, una Defensora del Pueblo.

Y todo lo anterior, multiplicado por 17 autonomías ("Las 17 Españas", LNE, 10 de febrero de 2014) y dos ciudades autónomas, más el Estado central, con sus ministerios, su Congreso de 350 señorías y su Senado con sus 265 ítem, su Consejo de Estado como antaño, su Defensora del Pueblo...; y ahora, además, 54, bien pagados y bien dietados, parlamentarios en Bruselas y delegaciones o embajadas autonómicas en la ciudad del "Niño Pis". ¿Qué tal un ERE?

El poder de las autonomías crece y como consecuencia de su libertad normativa las diferencias de tratamiento fiscal en el IRPF y en sus deducciones, y de una forma escandalosa, como nos recuerda LA NUEVA ESPAÑA (L.G. 12. 9. 14; editorial de 11 de enero de 2015; Raimundo Abando, 17 de enero de 2015, y Martín Martínez, 20 de enero de 2015). En el impuesto por transmisiones hereditarias, en que se pasa del cero (o casi) de Madrid, Cantabria, Castilla, etcétera, al infinito (o casi) de Asturias y demás. Lo cual no sólo es injusto pecuniariamente para el sujeto pasivo, sino también, a la larga, para aquellas comunidades más esquilmadoras, que pueden sufrir la fuga de capital regional, de empresas y de ciudadanos a paraísos fiscales colindantes y a que cambien su domicilio en San Lorenzo al Sardinero. De aquí los taifa y que, por mucho que la legislación vaya a prohibir por ley marcial el sentimiento de odio hacia los hermanos, algunos no van a mirar con buenos ojos a Ana Patricia Botín, que no tiene culpa alguna de ser de Cantabria, con enorme herencia, ni de tributar por ella 100 veces menos que de haber residido su padre en Asturias, aunque sí, y mucha, por haber rebajado en 2/3 los dividendos del Banco, dejándolos en tan sólo 15 céntimos al año, como "scrip dividend", más una moneda de 5 céntimos en mano, que un mendigo rechazaría; y ello para acrecer así el "Ceti fully loaded ratio" y redistribuir los beneficios a su manera.

Olvidándonos por ahora de aquellas autonomías que se sienten a disgusto por ser españolas y que ser taifa les sabe a poco, el problema del Estado autonómico no tiene otro remedio suave que el de que unas nuevas Cortes Constituyentes desataran lo que tan bien ataron las primeras. ¡Tiempo de milagros!

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