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Nunca más, Presidente

20 de Agosto del 2009 - José Antonio Gutiérrez González (Piedras Blancas)

La banda terrorista ETA se había propuesto matar para dejar sellado con sangre sus 50 años de violencia y muerte. Lo intentó y falló en Burgos, pero no así en Mallorca. Dos jóvenes guardias civiles, Carlos Sáenz y Diego Salva, fueron las últimas víctimas. Estaban trabajando en Palma, como cualquier otro joven de su edad podía hacerlo, cuando una bomba lapa adosada a los bajos de su todoterreno oficial les segó prematuramente la vida. Ni siquiera tuvieron la oportunidad de defenderse y podría decirse que los mataron por la espalda. Otras dos víctimas, pues, que han pasado a engrosar la amplia lista negra que la banda tiene en su haber. Y van...

Tan lamentable suceso es para los asesinos motivo de orgullo; mientras que para los demócratas, en cambio, lo es de humillación y afrenta. Estamos ante luengos años que representan un cierto fracaso para el Estado de derecho, por su incapacidad para erradicar esta lacra que tanto daño está haciendo al conjunto de la sociedad española.

«Son locos asesinos; hienas sedientas de sangre», «no conseguirán doblegarnos», «manifestamos nuestra repulsa más enérgica», «no caeremos en sus provocaciones», «con sus atentados no hacen otra cosa que exteriorizar su creciente debilidad», «el Estado de derecho dispone de instrumentos suficientes para hacerles frente y acabar con ellos», «siempre estaremos con las víctimas, nunca las abandonaremos», «tienen los días contados», etcétera.

Con alguna variante menor, básicamente, éstas y otras parecidas frases son las que suelen configurar los discursos oficiales que desde hace décadas venimos oyendo en los entierros y funerales tras cada atentado etarra. Palabras ya desgastadas por el uso y que repiten mecánicamente unos políticos que, sin dejar transcurrir muchas fechas, seguirán escatimando medios –especialmente económicos– a quienes combaten a los terroristas, mantienen en las instituciones a quienes jalean los crímenes, se inhiben ante la siembra del odio en algunas escuelas y pactarían, si fuera preciso, con quienes recogen las nueces y negocian la exclusividad del terrorismo en sus autonomías. Y mañana, tras un nuevo atentado mortal, surgirán nuevamente las raídas palabras que ya se pronuncian –yo así lo veo–, sin apenas convicción.

Tras el cobarde asesinato de estos jóvenes, Carlos y Diego, recientemente, en Palma de Mallorca, hemos escuchado decir al ministro Rubalcaba que, «mientras sigan matando, los terroristas no van a conseguir nada». Y somos muchos los que nos preguntamos, ¿qué significa ese mientras? ¿No se puede dar por sentado y bien sentado que, con violencia y sin violencia, jamás habrá conversaciones? ¿Por qué no se dice fehacientemente que «en ningún caso»? Si el Estado de derecho tiene instrumentos suficientes...

Pienso que si el presidente Rodríguez Zapatero últimamente no hubiera negociado, los etarras no tendrían hoy la esperanza de que vuelva a hacerlo, esperanza que por otra parte sigue costando vidas; si el señor Rodríguez Zapatero hubiera mostrado más firmeza, hoy los etarras se creerían su rechazo a la negociación. Pero...

Por ello, desde muy diversos y amplios sectores de la sociedad española le decimos, señor Presidente, no más concesiones a ese grupo de desalmados. Por el bien de todos.

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