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Acabaremos bailando

9 de Febrero del 2015 - Álvaro González López (Oviedo)

Pocas cosas hay tan maravillosas en la vida como irse con una mujer guapa, a cualquier lado, pero con una mujer guapa. Y compartir noche, copas, risas, habitación, besos y cama. O, también, saborear una deliciosa comida, tener una amena conversación, intercambiar fluidos bucales y acabar en la cama. Donde ya se mezclan distintos tipos de fluidos y flujos. Siempre que sea con una mujer guapa y acabe en la cama, todo será egregio. Dice el gran Arcadi, y yo no soy nadie para rebatirle, "Si Dios existiera, sería un chocho evidentemente. Que es lo mejor que hay en la vida.". Así que mientras acaben con una fémina, en una cama y combinando líquidos y cruzando órganos, al estar en contacto con Dios, créanse en el cielo.

Tendemos a dejarnos seducir por lo desconocido. Lo extraño nos atrae con una fuerza exorbitante. Hay muchas razones por las que un hombre puede verse seducido, tanto físicas; como psicológicas. Pero nada puede encandilar, de una manera tan brutal y detonante, como un beso enardecido de una extraña. Que no tenemos por que desconocerla, podría ser nuestra mujer, una noche cualquiera. Dicen que lo bueno de una relación, reside en el momento, al cabo de varios meses, cuando descubres que tu cónyuge toca la guitarra. Cuando tu pareja te sorprende, y no caéis  en la burda rutina y el vil desapego. En esto del amor, las relaciones amorosas y el sexo, que son cosas muy diferentes, nunca me he sabido desenvolver con exuberante soltura, digamos que se me ha dado mas o menos bien. No consigo definirme, ni identificarme con una postura clara. Unos defienden que sólo hay una buena mujer en la vida de cada hombre, esa mujer ideal, nuestra "media naranja". A la que debemos entregarnos en cuerpo y alma. Otros abogan por la poligamia, sintiéndose capacitados para colmar a sus consortes de todo el amor y el sexo que precisen -considero esta la más ardua empresa que puede acometer un hombre-. Y luego están los que no creen en el amor, sólo se aplican al sexo y a culminar sus instintos mas primitivos y veniales. He pasado por todas y cada una de estas posturas a lo largo de mi vida. Dependiendo de la edad y el momento, he respondido de forma absolutamente clasificable en cada uno de estas concepciones y actuaciones. Al igual que me ha pasado a mí, creo que se puede extender de forma análoga a la mayoría de los hombres.

Lo único que he aprendido, y de lo que estoy totalmente seguro, tras mi no extensa; pero tampoco parca experiencia, es el deber que concierne a todo hombre de hacer sentir a la mujer con la que se encuentre la mujer mas afortunada y dichosa del mundo. Ya estén juntos una vida, o un instante. La mujer más feliz y dichosa, ¡siempre! Un recuerdo que cada vez que le brote, éste venga acompañado de una sonrisa y de un halo de plenitud y satisfacción. Por que de ser así, como dice Antonio Lucas: "ya no acabaremos en un desorden de ceniza, sino bailando".

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