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Entonces peones, ahora ingenieros

15 de Marzo del 2015 - José Luis Álvarez Lauret (Gijón)

LA NUEVA ESPAÑA del 7 de enero dedicaba una página a informarnos del caso de una joven asturiana que, habiendo estudiado aquí una Ingeniería Técnica, ahora lleva cinco años trabajando en la central de la Mercedes en Stuttgart, que, si no cambió de lugar, está entre Bad Cannstatt y Untertürkheim. Leyendo su caso y lo que de allí cuenta, me viene a la memoria la penosa situación por la que pasamos los emigrantes españoles de la década de los sesenta del pasado siglo.

Precisamente esta joven se encuentra en Stuttgart y trabajando en una zona de la ciudad en la que yo residí varios años, en el mismo barrio o distrito en el que entonces estaba la Daimler, que es como los Schwaben (suabos) llamaban a la Mercedes.

Ir hoy a Stuttgart a trabajar con un título de ingeniero en el bolso y además para colocarse en la Mercedes es, a mi entender, casi un viaje de placer, si se compara con la odisea por la que pasamos entonces los emigrantes de la España franquista. Para empezar, aquí nos ponían pegas hasta para conseguir el pasaporte; cuando ya lo teníamos y decidíamos marchar, nos embarcábamos en una aventura laberíntica y con tan poco dinero que no te podías despistar en nada. El viaje en tren desde Asturias a Stuttgart, duraba dos días y dos noches, con tres engorrosos transbordos: Venta de Baños, Hendaya y París. Llegados a Stuttgart, sin más idioma que el español mal hablado, teníamos que arreglárnoslas por señas para hacernos entender. Después, como no teníamos formación académica, como tienen éstos ahora, aprender un idioma tan distinto del nuestro, con sus engorrosas declinaciones, era muy costoso, y más en esa zona de Alemania donde se habla el schwäbisch (suabo) que aún complica más la cosa. Allí entonces, lo único fácil de encontrar era un trabajo, que había para todas las profesiones y a escoger; lo demás, todo eran problemas, sobre todo la vivienda. Si querías habitar una un poco decente, tenías que contar con el apoyo del empresario o de algún compañero alemán que hablara en tu favor; si no, no te la alquilaban ni a precio de oro. A la mayoría, lo que nos quedaba era vivir en las residencias para trabajadores extranjeros (Gastarbeiter), que es como nos llamaban, y que eran propiedad de las empresas, en las que tenías que compartir habitación, cocina y baño con otros compañeros. Con el tiempo, cada uno se fue buscando la manera de mejorar, pero al principio fue muy duro.

Con todo, yo, si ahora me encontrase en edad de trabajar y más como están muchos en el paro, no lo dudaría ni un minuto. A Alemania marcharía; eso sí, después de aprender un alemán básico para defenderme al llegar. Así como la vida es totalmente distinta de la que hacemos en España, el mundo del trabajo pienso que es muy superior al nuestro y te hace sentirte a gusto y apreciado en lo que haces. Los mandos se ponen a tu altura y no son unos estúpidos engreídos como ocurre tantas veces aquí con los nuestros.

Propongo a LA NUEVA ESPAÑA que recabe y publique información sobre los emigrantes de entonces, para que cada cual cuente su experiencia alemana y se pueda comparar con la que, por suerte para ellos, están viviendo éstos que andan por allí ahora. Razón tenía Guerra cuando dijo que a España no la iba a conocer ni la madre que la parió. Así fue. Entonces exportábamos miles de peones y ahora exportamos cientos de ingenieros. Triste destino el nuestro, siempre errantes.

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