Iglesia y toros

22 de Agosto del 2009 - Rosa María Mulas Luque (Moreda de Aller)

El colofón a las fiestas en honor de Nuestra Señora de Begoña, en las que se torturaron varios toros inocentes, lo puso una misa ofrecida por el capellán de los toreros en la misma arena donde los días anteriores agonizaron aquellos animales después de un indescriptible sufrimiento. ¿Ésta es la postura de la Iglesia ante la tauromaquia? ¿Cómo es posible que algunos párrocos acepten capotes bordados como ofrenda a la Virgen o que ciertas corridas sean homenaje a los santos locales?

La Iglesia se ha mostrado contraria a estos espectáculos de muerte y vanidad humana como se ve en la bula promulgada el 1 de noviembre de 1567 por San Pío V. La bula «De Salutis Gregis Dominici» nos dice: «Considerando que estos espectáculos taurinos no tienen nada que ver con la piedad y caridad cristiana y queriendo abolir estos espectáculos cruentos y vergonzosos, no de hombres sino del demonio, prohibimos terminantemente bajo pena de excomunión a los que permitan la celebración de estos espectáculos en los que se corren toros y otras fieras en los lugares donde se lleve a cabo». «Y si alguno muriese allí no se le da sepultura eclesiástica. Prohibimos bajo pena de excomunión que los clérigos que hayan recibido órdenes sagradas tomen parte en estos espectáculos. Quedan prohibidas las corridas de toros aunque sean como erróneamente se piensa en honor de los santos o de alguna solemnidad o festividad de la Iglesia, las cuales deben celebrarse con alabanzas divinas, alegría espiritual y obras piadosas y no con esta clase de diversiones». Bien, según esto no se entiende por qué la Iglesia no protege a sus santos en vez de mandar sacerdotes a bendecir los nuevos «mataderos» y a celebrar misas en ellos en memoria de los «matadores» fallecidos. Demasiada muerte para una institución que está por la vida.

Por otro lado, en 1920 el secretario de Estado del Vaticano, cardenal Gasparri, escribió que «la Iglesia continúa condenando en voz alta, como lo hizo Su Santidad Pío V, estos sangrientos espectáculos». Igualmente, según la investigación histórica de monseñor Canciani, todos los que frecuenten estas fiestas como actores o espectadores están excomulgados («Diario 16», 5 de junio de 1989). Juan Pablo II haciendo uso de la Biblia recuerda que «el hombre salido de las manos de Dios resulta solidario con los otros seres vivientes» como aparece en los salmos 103 y 104, donde no se hace distinción entre los hombres y los animales. También debe recordarse que para San Francisco los animales eran sus hermanos, y, por último, decía Hemingway, gran admirador de nuestra macabra fiesta nacional, que «desde el punto de vista cristiano las corridas son moralmente indefendibles: hay siempre crueldad y muerte». Sí, crueldad. Sí, muerte. Demasiada muerte para una Iglesia que está por la vida.

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