Los vicios de la sanidad
Réplica a Luis Arias Argüelles-Meres sobre su artículo «¿De qué debate nos habla, señor Quirós?».
Si algún articulista puede ponerme dificultosa la réplica, por interpretarlo fácilmente a pesar de mis limitaciones, no es otro que el señor Luis Arias. Porque desde hace años este profesor dejó clara su honestidad intelectual, es decir siempre lo que piensa, y en hacer cómplice al lector, siempre me costó entender a la mayoría de escritores frecuentes, bien porque al escribir a menudo y en muchos diarios como que ya no tienen o no saben qué contarnos, como que no saben hacer pausas, hacer descanso de sesera, para reciclar ideas y al mismo tiempo recoger apuntes que los harán menos repetitivos a unos y menos contradictorios a otros. Algunos articulistas no hace falta leerlos para saber la dirección en la que girarán sus escritos por partidistas, ya que sus ideales les pueden ante sus argumentos. No es el caso habitual del señor Luis Arias, pero sí que en ocasiones se le nota que necesita una tregua para poderle disfrutar de nuevo. Sus opiniones casi siempre tienen una dirección correcta en cuanto a independencia religiosa, política, etcétera.
Pero, señor Arias, me permitirá estar confundido en este capítulo del «gasto sanitario» que lo mezcla con el gasto de El Musel, sobrecoste de obras, sueldos de cargos digitales, etcétera. «Lo malo jamás justifica lo peor», estoy totalmente de acuerdo en cuanto a la crítica del despilfarro en toda su extensión, pero totalmente en desacuerdo con la defensa que hace tomando partido por el personal sanitario, donde tampoco tendríamos que hacer amalgama. Nadie, y menos el señor Quirós, está desacreditando a los buenos y muchos profesionales de nuestra sanidad pública, sólo está tratando de desenmascarar y poner remedio a los que todos sabemos que no cumplen como debieran ni horarios ni dedicación; y si él como máximo responsable, todos nosotros y usted en mayor medida, por ser mensajero leído y creído, no denunciamos a los «profesionales sanitarios» que no hacen correcto su trabajo, ya podemos dedicarnos a otra cosa, por ejemplo, corporativista profesional, que se define como «tender a defender los intereses de un cuerpo o de un sector profesional por encima de los intereses generales de la sociedad». Somos hipocondriacos crónicos, miedosos y adoradores del médico, eso nos convierte en consentidores de la corruptela de quienes pensamos pueden alargarnos la nuestra pobre vida. Esta profesión de médico y la de enfermería estamos convirtiéndolas con artículos como el suyo en mucho más importantes de lo que son para nuestra supervivencia, simplemente forman parte de un colectivo, no más importante que el albañil que hace su casa firme y segura, en vez de endeble y precaria. No más importante que el mecánico que deja su coche en perfectas condiciones para evitar un accidente trágico. No más importante que el taxista que le lleva al hospital sin riesgo alguno. No más importante que el reparador del ascensor, para que suban y bajen los médicos sin riesgo. No más importante que el piloto, que lleva 300 personas bajo su responsabilidad y seguramente muchas de ellas son médicos y enfermeras. No más importante que cada una de las profesiones o intelectuales de este mundo.
¿Saben por qué hacemos de esta profesión sanitaria la más importante y la que más respeta la gente? Porque cuando acudimos a ellos estamos enfermos, bajos de moral, entregados a cualquiera, sin fuerzas físicas y mentales, eso los convierte en dueños de nuestro destino, en esos momentos cualquiera puede abusar de nuestra debilidad, acompañado de nuestros prejuicios al tener que mostrarnos desnudos y todas nuestras miserias.
Simplemente son un colectivo profesional que merece un gran respeto, pero de ahí a considerarlos sostenes y héroes de nuestra lozanía va un trecho. Al escuchar al señor Quirós noto que pretende y usted reprende dejar clara esa diferencia. Sólo cuando tenemos enfermedades crónicas o enfermedades terminales nos damos cuenta de que esos profesionales sólo nos remiendan pinchazos, como es su deber; no quisiera referirme a cuantos pinchazos esos mismos «profesionales» convirtieron en reventones por negligencias.
Decía usted, señor Arias: «De sobra sabe usted, señor Quirós, que tenemos una población envejecida, y eso, perdón por la perogrullada, tiene que repercutir inevitablemente en el gasto sanitario»... no por ello, señor Arias, podemos seguir consintiendo que en cada casa exista una farmacia gratuita, donde siempre cuando vamos a usar el medicamento estará caducado. Tampoco espero que justifique, que se abuse de las urgencias cuando sabemos todos que podrían haberse tratado en ambulatorio el 80% de los casos, y con ellos haríamos más ágil y efectivo el trato a quien realmente llega grave. Y qué me dice de los que llevan a padres y a abuelos con la firme sospecha de que esperan más su ingreso que el volver con ellos para casa, esperando cómo quitarlos por algunos días del cuidado familiar.
La sanidad pública no es una empresa convencional, así podríamos referirnos a otras muchas profesiones con connotaciones especiales. Pero si existe una profesión donde la entrega tenga que ser en muchos casos hasta incomprendida ésta es la de trabajar para la sanidad pública. Quien se crea estar por encima del bien y del mal más vale que busque otra profesión, no son entendibles desidias, que hacen a enfermos de edad avanzada estar mucho tiempo en salas de espera, o enterarnos más fácilmente de todo el periplo vacacional de «profesionales sanitarios», que cuánto durarán pruebas, análisis y solución a sus males; que con suerte iremos tachando en dos o cuatro hojas del calendario, salvo que decidamos desprendernos de alguno de nuestros ahorros y acudir a consulta particular, donde el mismo médico nos lo hará sencillito, corto y ameno.
Señor Arias, ¿cómo contaría usted lo de las listas de espera? Podemos seguir ignorando que sólo dejaremos la lista de espera cuando acudamos a consulta particular al médico en cuestión, ese que compagina o compatibiliza la sanidad pública con su consulta privada. No tengo nada contra quienes ejercen ambas, pero sí que eso determine que quien acuda a su consulta particular no necesite esperas para pruebas u operaciones. Si eso es criticable, lo es y mucho más quienes son consentidores o favorecedores desde los hospitales públicos, esos que hacen de enlaces aplazando y alejando los días de espera a quienes llevan todo tramitado desde la sanidad pública.
Serían innumerables los vicios tomados que tienen establecidos los empleados de nuestra sanidad pública, pero enumeraré uno que seguramente todos los usuarios tienen en mente: el deshacer la cadena de favores, tapaderas y «cueles» entre los empleados sanitarios. Me explicaré, me decía una enfermera que toda las empresas tenían algún beneficio hacia sus trabajadores, ponía como ejemplo Hunosa e Hidroeléctrica, pero enseguida le respondí que, en efecto, tienen gratis o reducidas tarifas de carbón y luz, pero sólo para su vivienda, no también para la de todos los familiares, amigos, conocidos, vecinos y para el carnicero. Pero nos encontramos que los empleados de nuestra sanidad pública diariamente cuelan sin cita y lista de espera a todo hijo de vecino cercano y alejado, nadie diría absolutamente nada porque pudieran hacerlo con sus familiares más directos. Incluso, diría que les vendría bien una justificación ante el conocido que les pidiera algún tipo de favor. Simplemente les responderían: «No podemos, lo tenemos prohibido». Se quitarían del medio un sinfín de tareas y todos ganaríamos. ¿Se imaginan que los trabajadores de cualquier empresa pudieran regalar su materia prima a tantos como favorecen los empleados sanitarios? Dichas empresas no tendrían nada que vender, pues en nuestra sanidad todo ese entramado es el que hace que nada funcione con horarios, listas o citas establecidas de antemano.
Un saludo, señor Arias, y, en especial, al señor consejero le deseo suerte y al toro.
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