Ricardo Palacios

15 de Febrero del 2015 - Luciano Hevia Noriega (Barcelona)

Recientemente nos ha dejado Ricardo Palacios, uno de esos todoterreno de nuestro cine que pobló las pantallas de la época dorada de las coproducciones. Palacios hizo de todo y casi todo lo hizo bien, pero se especializó, como tantos otros, en papeles de villano, habitualmente abocado a una muerte segura y temprana.

Prolífico como pocos, la lista de títulos en los que podemos discernir su peculiar físico es extensa, aunque no siempre apareciera acreditado: spaghetti míticos como La muerte tenía un precio, El bueno, el feo y el malo o Hasta que llegó su hora, todos ellos de Leone; spaghetti no tan míticos como El regreso de los siete magníficos, Dinamita Joe, Los siete de Pancho Villa (como Pancho Villa), Corre, Cuchillo, corre, El hombre de Río Malo, El precio de un hombre, Siete mujeres para los MacGregor, Los fabulosos de Trinidad, Ninguno de los tres se llamaba Trinidad, El kárate, el colt y el impostor o Tres forajidos y un pistolero; superproducciones rodadas por estos lares como Doctor Zhivago, Golfus de Roma o El viento y el león; bélicas como La batalla del último Panzer; aventuras de capa y espada como Dick Turpin o El regreso de los mosqueteros; reaccionarios engendros transicionales como A la Legión le gustan las mujeres y a las mujeres les gusta la Legión, Uno del millón de muertos, Y al tercer año, resucitó o Las autonosuyas; fantástico español con ínfulas y empaque como Viaje al centro de la Tierra; policiacos ochenteros a la española como Freddy, el croupier; comedietas coyunturales como La de Troya en El Palmar; intentos de sci-fi patria como Último deseo o El caballero del dragón; pequeños clásicos contemporáneos como Siete días de enero, El Lute, Bajarse al moro o Las cosas del querer; o comedias de trazo grueso como La marcha verde de su amigo García Sánchez, entre muchísimas otras.

Pero quizá, western mediterráneo aparte, Palacios haya pasado a la pequeña historia de nuestro cine como actor recurrente de dos cineastas tan a contracorriente y tan inasequibles al desaliento como Jesús Franco y Naschy, con los que trabajó en numerosas ocasiones: con el primero, y sin ánimo de ser prolijo, dada la dificultad de discernir la filmografía franquiana, en Cartas boca arriba, Fu Manchú y el beso de la muerte, Los blues de la calle Pop, Furia en el trópico, Camino solitario (contratando los servicios de Al Pereira), Juego sucio en Casablanca o Sola ante el terror (como siniestro doctor); y con el segundo en El carnaval de las bestias (como obispo) y El retorno del hombre lobo.

Sin olvidarnos, claro, de su faceta como director, destacando la muy vista, coral y recomendable Biba la banda o como pionero del cine porno con Mi conejo es el mejor. Participó en producciones de España, Francia, Italia, Reino Unido, USA y Alemania y trabajó con lo más granado de varias generaciones de directores, desde creadores de culto hasta los más esforzados artesanos muñidores de los géneros más demenciales: Elorrieta, Margheriti, Eceiza, Rafael Gil, Rossellini, Iquino, Piquer Simón, Giménez Rico, Maqua, Sáenz de Heredia hijo, Zabalza, Bardem

D.E.P. Ricardo Palacios. Un grande de nuestro cine.

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